martes, 21 de abril de 2009

Realidades virtuales

Es cierto lo que dicen. Mientras más tiempo se pasa en el mundo virtual, menos se visita el real -y viceversa.
Nunca pensé que yo iba a escribir un blog. Antes de empezar este, había ido a dar por casualidad a varios y algunos me gustaban y me sorprendía que sus autores los hubieran abandonado -no sé cuál sea el tiempo promedio para mantenerse escribiendo con entusiasmo uno, pero sospecho que por cada blog actualizado con regularidad a lo largo de varios años, hay muchos otros que se quedan en el camino. Al preguntarme las razones por las que alguien que gustaba de bloguear de pronto dejaba de hacerlo, especulaba (ni se me da) con una serie de razones, más o menos disparatadas.
Ahora que me descubro como una bloguera prematuramente tentada a abandonar su bitácora-e, me doy cuenta de que no necesariamente hay una sola razón, ni se trata de una decisión que uno tome premeditadamente. Llevo semanas preguntándome por qué me cuesta tanto trabajo encontrar la inspiración para escribir aquí y creo que en el fondo es muy simple: coincidencias de la vida, justo después de empezar a escribir aquí, me pasaron cosas interesantes en el mundo real, que me han hecho bastante feliz, a cambio de dejarme mucho menos tiempo disponible para el mundo virtual: el mail, las redes sociales y hasta las noticias de El Universal online, a las que era más que adicta desde hace casi año y medio...y de paso, este blog.
Además, como mi vida cotidiana está alejada de Tabasco y el tema de este blog era, precisamente, mi tierra, me estoy sintiendo tentada a cambiar de giro o de plano, a dejarlo por la paz...no me gustaría irme de aquí, pero las estrellas se ven poco alineadas al menos por las próximas semanas...al menos, es seguro que mi compromomiso de escribir una vez a la semana se convertirá en un buen deseo por los próximos dos meses, algo así.
Yo escribo aquí por placer. De todos modos, al placer se le puede ayudar con ciertas dosis de discilpina y, según Molly de Orangette -cuya opinión ha de ser lugar común entre los blogueros perseverantes- el tener un blog te obliga a sentarte a escribir por mucho que no te sientas inspirada.
Últimamente paso más tiempo en el mundo real del que había pasado en años. Además, lo estoy disfrutando mucho. Pero quiero encontrar el equilibrio y seguir visitando este blog. Sí se puede.

domingo, 5 de abril de 2009

Por sus nombres los conocerán (huellas semiocultas)

Los nombres importan y mucho. Es horrible no saber el nombre de alguien que nos gusta. También, es muy difícil que nos guste alguien y que nos disguste su nombre. Omitir deliberadamente el nombre de alguien es, de alguna (muy efectiva) manera, ignorar a esa persona. Yo he hecho osos, muchos osos, por mi tendencia a olvidar los nombres.
El origen de este post es la evocación de esos nombres tan tabasqueñamente postgarridistas: Masiosare, Soy La Libertad, Darwin, Lenin, Stalin...o el mío propio. Mi nombre, ausente de este blog, es hijo del garridismo. Así como Iván es la versión eslava de Juan -producto del cristianismo bizantino- el mío es la versión eslava de Sofía, bajo cuya advocación, por cierto, estuvo la iglesia más importante de Estambul...así se llama también mi mamá y sé que su nombre fue elegido por mi postgarridista abuelo, quien seguramente no sabía que el nombre ruso que escogió para su adorada hija mayor tenía, a fin de cuentas, un origen cristiano -cosa que a él no le habría gustado.
Crecí oyendo decir que en Yucatán y Campeche la gente tenía nombres "raros". Pero aún hoy, leyendo periódicos tabasqueños, es fácil advertir que por estos rumbos pasó "algo" que alteró los usos y costumbres nominales, varió los nombres que eran más o menos habituales en el resto de México y dejó en cierta generación de los locales una huella que, aunque semioculta, resultó mucho más duradera que el pasajero gobierno de un Garrido que murió exiliado en Costa Rica...Tomás Garrido fue un cacique que gobernó con mano de hierro y supuso un parteaguas en la historia de Tabasco, pero su memoria se ha ido diluyendo a medida que las aspiraciones de los villahermosinos -conscientes de lo que implicaba ser fuente de petróleo en una economía petrolizada- se centraban cada vez más en el propio bienestar material y dejaban de lado cualquier interés por la igualdad, que fue el lado luminoso del garridismo (si bien a un precio altísimo).
Una parte de mi historia familiar está muy ligada al garridismo, no porque sea descendiente suya, pero sí de un hombre que fue leal a Garrido hasta la intransigencia -y tuvo un hijo, mi abuelo, impregnado de esas mismas ideas, si bien tengo la impresión de que él las vivió con mucho conflicto.
Mi mamá, a diferencia de mi abuelo, es una creyente ferviente. Pero hizo suyas muchas de las ideas de su papá. Gracias a eso, tardé mucho en entender que México es un país muy racista, donde muchas injusticias son vistas con la mayor naturalidad. En mi infancia, palabras como "indio" simplemente no figuraban -bueno, sí, pero exclusivamente en las caricaturas donde salían "indios pieles rojas". La conciencia del sufrimiento ajeno, la solidaridad, el enojo ante las injusticias, han sido siempre fundamentales en la manera que mi mamá tiene de concebir el mundo.
Supongo que, en muy buena medida, todo eso emana de su genuina espiritualidad, de su certeza de que hay un Dios que nos ama y nos puso en este mundo para que viviéramos cosas buenas. Pero tengo la sensación de que, de alguna manera, son cosas que también aprendió de su papá, quien no creía en Dios, pero sí en que la igualdad y la justicia eran posibles -y en que nos tocaba a nosotros trabajar para alcanzarlas.
Por supuesto, mi nombre es para mí una de las cosas más naturales del mundo, algo que me gusta y que no me cuestiono. Pero si me detengo un momento a pensar, encuentro en él la huella semioculta de un hombre de quien me separan al menos tantas cosas como me unen, pero a quien de alguna manera siento muy cercano, gracias al eslabón que hay entre nosotros, también conocido como mi mamá, y su hija.

sábado, 28 de marzo de 2009

Mejor escríbelo tú

Hace poco, Miguel me hizo notar que aquí insisto en hablar de mí a través de otros, excepto cuando se trata de comida. Creo que tiene razón. Por otro lado, a tres meses de haber empezado este blog, yo misma estoy sorprendida de las muchas menciones que he hecho a mi papá. Creo que si sólo me conociera a partir de este blog, pensaría que tengo una fijación con él -cosa que, por cierto, mi papá jamás aceptaría. Más de una vez le he dicho, bromeando a medias, "ay, soy igualita a tí." Él frunce ligeramente el ceño, se pone serio y dice, con un tono de voz que intenta en vano parecer neutral: "no tengo esa impresión."
El comentario de mi amigo me dejó pensando bastante, pues lo cierto es que nunca he tenido la intención de que este blog sea autobiográfico. Hoy mantengo la idea que tenía cuando empecé a escribir aquí: darle forma, cauce, a las historias familiares y tumbapatas que he compartido (fundamentalmente) con mi papá a lo largo de mi vida adulta.
De niña no me interesaba la historia. A mi papá sí, y mucho. Él admiraba (todavía admira) enormemente a los griegos y a los romanos, pero siempre me negué a prestar atención a lo que decía sobre sus logros. Por supuesto, cuando intentaba contarme las historias del pueblo era aún peor pues yo exhibía, a priori, el aburrimiento más extremo. No conocía a la gente de la que me hablaba y, en todo caso, me parecía que lo que decía no me podía servir de nada, así que mostraba una indiferencia que lograba quitarle las ganas de insistir en el punto.
Pero eso empezó a cambiar cuando dejé de vivir con él y con mi mamá, para irme a estudiar -qué ironía- ciertos temas históricos. De pronto, las anécdotas a las que siempre había hecho oídos sordos empezaron a parecerme divertidas y comencé a interesarme en las pláticas navideñas entre mi papá y mi tío -donde se contaban las mismas historias una y otra vez. Me di cuenta de que mi papá era un gran narrador, de que tenía muy buena memoria y de que sus dotes naturales tenían abundante material para ejercitarse, pues en el pueblo sí habían pasado cosas medio locas, que contadas y "maquilladas" por él, con frecuencia se convertían en historias muy chistosas...y a veces, cuando terminábamos de reirnos, en material de una reflexión nada divertida, pero sí valiosa.
De pronto empecé a interesarme mucho más en todo eso y, con el tiempo, a desear que mi papá le diera otra forma, más duradera, a sus historias. Se lo dije varias veces y creo que logré entusiasmarlo un poco con la idea. Pensamos en quiénes podrían ser sus cómplices, en la metodología y horarios de trabajo, en la forma que el material podría tener...pero luego me di cuenta de que lo que a él siempre le ha gustado (y para lo que sin duda tiene mucho talento) es contar, verbalmente, historias. Exagerar en la medida adecuada para seguir siendo verosímil (pero sin dejar de subrayar lo absurdo, para aumentar el chiste) e "inmovilizar a la víctima" para obligarla a oír, por enésima vez, la última parte del relato (hace un par de años, mi primo de 16 años se negó a ir a la fiesta de Navidad, argumentando, con mucha razón, que siempre contaban lo mismo y se reían a carcajadas como si la historia fuera nueva).
Escribir es, por cierto, muy distinto a hablar. En materia de historias pueblerinas, mi papá no tiene ningún problema con las exageraraciones verbales, pero por escrito es otra cosa: el otro día me reprochó, por ejemplo, haber exagerado aquí sus conocimientos beisbolísticos...aunque intenté explicárselo, creo que no entendió que habría sido muy raro escribir que era un hombre tibiamente interesado en el beisbol, con conocimientos mediocres sobre el tema que, sin embargo, alcanzaban para inspirar un post.
Quizá Miguel tiene razón en que debería asumir más la parte que me corresponde exclusivamente a mí en estas historias. Pero me parece que las constantes referencias que hago aquí a mi papá se deben a que él ha sido no sólo mi fuente, sino también mi interlocutor ausente (creo que se ha metido, si acaso, dos veces a este blog). "No tengo la impresión", como diría él, de que mi gusto por la historia sea una calca del suyo. Tengo para mí que papá se sigue reservando un par de historias tumbapatas jugosas y estoy dispuesta a esperar y a hacer méritos hasta que se decida a contármelas...y entonces asumir mi tarea felizmente autoimpuesta, darles unas cuantas vueltas y escribirlas, ya por mi cuenta.
Él nunca me dijo, con esas palabras, "mejor escríbelo tú", cuando le insistí en que pusiera por escrito sus historias macuspanenses. Pero me doy cuenta de que le encanta ser la fuente citada, aunque yo no tenga más lectores que él interlocutores. Creo que ambos estamos conformes con el trato. Yo de verdad quería que fuera él quien escribiera sobre Macuspana y de verdad me había convencido de que no estaba en condiciones de hacer, por mí misma, algo con la historia del pueblo. Vivan la ociosidad, los padres renuentes y la blogósfera.

miércoles, 18 de marzo de 2009

"El adulador es un enemigo oculto"

La cita es de Solón y mi papá me ha contado muchas veces que tuvo a bien cincelarla en la tapa de una lata de choco milk que colgó de una cadena enorme sobre su pecho, en un baile casero hippioso-existencialista-wannabe que sus amigos y él organizaron en Macuspana alrededor de 1962.
Me encanta ver la cara de euforia de mi papá cada vez que cuenta esa historia. Como que por un momento vuelve a ser el adolescente rebelde wannabe feliz de retar y escandalizar a las buenas conciencias adultas del pueblo -empezando por las de mis abuelos, por supuesto.
Los "bailes caseros" fueron parte cotidiana del paisaje tumbapato de los fines de semana a principios de los 60s, pero creo que su vida fue más bien corta, pues mi papá fue a muchísimos, a diferencia de mi mamá, que vivió en Macuspana (muy) a principios de los 70s. Viéndolo a la distancia, esos bailes deben haber contribuido bastante a evitar que se prolongaran las tendencias endogámicas en el pueblo: gracias a los sufridos recuerdos de mi papá y de mi querido tío E, sé que la llegada de los ingenieros de Pemex a esos bailes era temida (más bien alucinada) por los muchachos del pueblo (como ellos!), pues no había manera de competir contra ellos por la atención de las tumbapatas, bajo la complaciente mirada de los papás...
Recientemente he recordado las historias de mi papá sobre los bailes caseros del pueblo pues, más de 35 años después y en un contexto muuuuuuuy distinto, en las últimas semanas me ha tocado, por primera vez en mi vida, tanto organizar como asistir a varios de estos...y empiezo a entender por qué los disfrutaba tanto!
Tanto yo como los asistentes a los bailes urbanos actuales de los que hablo tenemos más años de los que tenían mi papá y sus amigos en sus bailes sesenteros. Aquí no hay padres contra los cuales jugar a rebelarse (sí que era un juego, pues esos bailes sesenteros tumbapatos nunca habrían existido si no hubiera habido papás dispuestos a prestar su casa), ni rock ni intereses hippiosos (por wannabe que sean) y mucho menos ingenieros de Pemex...en los que a mí me han tocado, más bien hay (a pesar de lo muy poblada que está esta ciudad) locos encuentros con el amigo de un amigo o con la chava que apenas tres horas antes presentó un libro en otro rumbo de la ciudad y que no tendría nada que hacer aquí mismo, ahora. O el destino sí existe o las casualidades son más frecuentes de lo que uno pensaría o pertenezco a un sector muy específico de la población (opción D, todas las anteriores).
En el Macuspana de los tiempos de mi papá no había antros y aquí hay cientos, quizá miles, así que a primera vista, parecería que para mi papá y sus amigos esos bailes eran la única opción social de fines de semana, lo que no es mi caso, viviendo en una ciudad grande con tantas opciones. Pero creo que, en el fondo, lo que está detrás de "mis" bailes caseros es muy similar a lo que estaba detrás de los suyos.
Tener demasiadas opciones es muy parecido a no tener ninguna, "los extremos se tocan." Estudio en una ciudad distinta a la que crecí y, no por casualidad, aquí conozco mucha gente en circunstancias iguales a las mías -buscando ser parte de algo más o menos identificable. Los seres humanos necesitamos redes sociales -igual que muchas otras especies sobre la tierra, por cierto. Vivir en un lugar donde hay millones de personas no significa nada a menos que uno empiece a pertenecer a algún(os) grupo(s). Eso es lo que hermana a pueblos como Macuspana con capitales pobladísimas.
Hay muchas cosas que me estresan de las ciudades grandes, pero algo que me gusta -y mucho- de ellas, es que en cierto modo (y en ciertos sectores) son muy flexibles. En algunos contextos, los hilos que van tejiendo las redes del tejido social tienen la capacidad de adquirir casi cualquier forma que uno les quiera dar: no importa cómo seas, hay muy altas probabilidades de que encuentres gente parecida a tí.
Es una paradoja, pero creo que gracias a mis experiencias de desarraigo, de descontextualización y recontextualización, he ido entendiendo mejor el apego de mi familia a Macuspana y también lo que debió ser para mis papás, sobre todo para mi papá, crecer en un lugar donde "todo mundo" compartía no sólo cierto pasado, sino también el presente, una manera bastante similar de ver la vida...37 años después, de pronto descubro que, en contextos muy distintos, mi papá y yo buscamos y encontramos algo muy parecido en nuestros respectivos bailes caseros, así que creo que, si bien me voy a sentir siempre ligada a Macuspana por mi historia familiar, también pertenezco no sólo a Villa, sino incluso a mi actual ciudad -no en función de mi familia, ni del pasado, sino de mis experiencias presentes. La actualización de la memoria, lo llamaba Aby Warburg. Me gusta.

lunes, 9 de marzo de 2009

(No tan desesperadamente buscando la receta del) Paté casero tabasqueño

De niña me gustaba el hígado. Sobre todo el de res, encebollado. En la casa los únicos capaces de entusiasmarse con él éramos mi papá y yo. Un poco más tarde, Coque y Boni (las perras de mi infancia se llamaron Princesa, Coqueta y Bonita...saquen sus conclusiones) lo devoraban con enorme alegría. Tanta, que por años su regalo oficial de cumpleaños fue un pastel de hígado cuya receta saqué de "El nuevo libro del perro". Creo que lo único que les gustaba tanto como el hígado era el tuétano y, a la Boni ya anciana, la deliciosa, más que deliciosa carne fría casera que don VC le regaló a mi papá y que Boni y yo hicimos desaparecer en un día. Nunca voy a olvidar la cara que puso la siempre glotona Boni -que entonces ya estaba muy débil, tomaba una pastilla diaria para el corazón y dormía casi todo el día- cuando, queriendo evitarle un paro cardiaco, retiré de su alcance lo que quedaba de la carne fría. Mi perra siempre tuvo un lenguaje corporal bastante elocuente y, esa vez, apoyó las patas sobre el piso con la mayor firmeza que yo le había visto y nos miró alternativamente a la carne y a mí, con cara de: esto no es algo que quiera, ¡es algo que necesito! ¡Ahora! ¡Por favor! Y así me convenció de arriesgarme a que muriera feliz, de una sobredosis de carne de cerdo...cosa que no sucedió, pues murió, después de comerse un buen salpicón, cuatro meses y medio después...
¡Lo hice de nuevo! Contar una pre-historia que no necesariamente me llevaba a la que quería contar. Bueno, el hepático punto era que, con el paso del tiempo, la presión social me hizo alejarme de los hígados, a los que no he vuelto en muchos años. O quizá sí, por medio de la esquiva (más bien, en vías de extinción) receta del paté casero tabasqueño. Creo que tenía 9 o 10 años cuando mi abuelita me ofreció una pasta ligeramente cremosa y blanca, con el anuncio de que se trataba de paté. El paté que yo conocía no se parecía lo más mínimo a ese, pero acepté probarlo, no muy convencida. Y me encantó. Recuerdo que el sabor era bastante concentrado, salado, y predominaba el gusto a pimienta. Me gustó tanto que le pregunté cómo lo había hecho, pero 20 años después, no tengo ni la menor idea de cuál fue su respuesta. Nunca lo había vuelto a probar, pero hace unos meses me acordé de él y le pedí la receta....¡y la había olvidado por completo! No sabía ni de qué le hablaba, lo que me hace sospechar que la receta la aprendió en Macuspana, después de casarse con mi abuelito.
En diciembre fui a una fiesta en Macuspana, cuyo menú fue obra de un tumbapato. Lo que más me gustó fueron los entremeses, sobre todo el paté de gallina. Tanto la textura como el color eran un poco distintos a los que yo recordaba del paté de mi abuelita, pero el sabor salado e intenso era muy parecido. Mi papá y yo prácticamente nos acabamos la porción de la mesa de 10 personas -en mi descargo, puedo decir que fui muy moderada comiendo todo lo demás.
No sólo me encanta comer (cosas ricas), sino también hablar, leer y ver programas de cocina (estoy lejísimos de ser una conocedora, pero entre mis favoritos están: Diana Kennedy, Molly de www.orangette.blogspot.com y Anthony Bourdain). Además, me encanta probar cosas a las que no estoy acostumbrada y tratar de distinguir los ingredientes...eso hice con el paté de gallina de la fiesta tumbapata pero, tristemente, me rebasó. De plano, la única manera que tuve de saber que era de gallina fue porque el menú lo decía.
Llevo un rato buscando recetas de patés caseros en internet. Al parecer, la gente se los fusila sin parar, porque encontré unas tres recetas publicadas sin variaciones en como treinta sitios distintos. La que más me llamó la atención combina carne picada (¿es decir, molida?) de ternera, hígado de cerdo e hígados de pollo. Lo que me llama la atención del paté tabasqueño es que no tiene vestigios del fuerte sabor a hierro del hígado. Está muy sazonado, pero no estoy segura de con qué, aparte de con mucha pimienta de castilla. Creo que no lleva ajo. La semana pasada intenté reclutar a mis papás, por separado, como cómplices en busca de la receta, pero hasta ahora la misión no ha tenido éxito. Me pregunto si la receta es exclusivamente macuspanense pues, a diferencia de la galantina, las butifarras, los rollos de carne fría, la longaniza o la longaniza enjamonada, no me suena como típica de ninguna otra región.
Quería probar la receta para el próximo fin de semana, pero creo que tendré que optar por alguna otra cosa, posiblemente comprada. Me ha pasado muchas veces que estoy interesadísima en encontrar un dato, un libro, una persona, y ahora, una receta y no sucede....hasta meses o años después, cuando ya había dejado el asunto por la paz. Así que no renuncio a la esperanza de encontrar algún día esta receta y, de paso, tejer un hilo más entre mi presente urbano y mi bagaje familiar tumbapato.

sábado, 28 de febrero de 2009

Limonada de niños et al. (hablaron los hechos)

Ayer, platicando con una colega, me acordé de "Limonada de niños", la revista infantil en la que mis hermanos y yo escribimos de 1986 a 1988 u 89. Silvia tiene una variedad de intereses que me impresiona y cuando llegó mi turno de contar cómo llegué a la historia del arte, de pronto salió la historia de Limonada. Yo apenas tenía 7 años cuando llegamos ahí, así que no recuerdo bien cómo nos enteramos de su existencia. Creo que una tía le comentó a mi mamá y ella fue muy feliz de llevarnos ahí, así como a clases de teatro al Ágora y a "mis vacaciones en la biblioteca" (la José María Pino Suárez, claro), todo en esos mismos años.
"Hay distancias que acercan", solía decir Basilio Rojo y, a 20 años de distancia, me doy cuenta de que de niña fui muy beneficiada por la política cultural de Enrique González Pedrero, cuyo lema de campaña fue "Hablarán los hechos." Por supuesto que los gustos de mis papás marcaron los míos, pero a la distancia me doy cuenta de que, si don Enrique y su esposa no hubieran tenido acusadísimos intereses artísticos y culturales, yo no habría tenido experiencias que seguramente fueron decisivas para lo que años después fue mi elección profesional.
Crecí viendo "Arcoiris" en CORAT, el canal oficial del gobierno del estado, que transmitía una y otra vez cápsulas sobre la historia de Tabasco, dirigidas lo mismo a niños que a adultos. De niña, muchas veces oí a mis papás hablar del Jaguar Despertado y de los premios conquistados por el grupo de teatro indígena del estado. También fui por un corto tiempo alumna de la Casa de Artes José Gorostiza. Todas esas experiencias fueron posibles gracias a un tabasqueño que, excepcionalmente, tuvo tanto poder como voluntad de desarrollar un proyecto cultural que beneficiara a amplios sectores de la población.
Hace unos cuantos años, cuando exploraba la posibilidad de estudiar la historia de la fotografía en Tabasco en el Porfiriato, fui a dar al Fondo Tabasco de la biblioteca Pino Suárez. Pronto me di cuenta de que, además de la biblioteca misma, casi todo el contenido de ese fondo se había hecho en tiempos de González Pedrero y fue entonces cuando empecé a agradecer haber crecido durante su gobierno.
Mi papá siente entusiasmo por Francisco J. Santamaría y, por otro lado, es posible que Carlos Pellicer sea el único hombre de letras/intelectual tabasqueño realmente reconocido, famoso, del siglo XX. Por mi parte, al recordar Limonada y, en menor medida, la biblioteca Pino Suárez, el Ágora y la Casa de Artes, me siento agradecida de haber crecido en tiempos de González Pedrero...honor a quien honor merece.

viernes, 20 de febrero de 2009

La estructura ausente

Así se llama un libro de Umberto Eco que seguramente nunca leeré, pero sí tiene algo que ver con este post. Es una introducción a la semiótica y aquí intentaré introducirme por los escurridizos terrenos de algunos de mis códigos familiares.
Este post empezó hace como una hora, cuando fui al súper teniendo antojo de mejillones enlatados "al natural" (bueno sí, la sal es natural...incluso si le ponen casi la misma cantidad que de mejillones, gramo por gramo). Qué bueno que los compré una y otra vez el año pasado. Como solía ir al súper los sábados a mediodía, se convertían, mezclados con arroz rojo, dip de aceitunas negras, cilantro, limón, chile y tomate/espinacas/pepino (de pronto entiendo por qué mi papá dice que me encanta la comida llena de accesorios) en mi comida rápida del mismo sábado...más el postre. La lata costaba 15 pesos, lo recuerdo bien. Por ahí de octubre, desaparecieron misteriosamente, reaparacieron a 25 pesos y ahora llevan meses ausentes del anaquel. Los que sí están son sus primos, los mejillones en escabeche, ¡¡a 50 pesos la lata!!
Para variar, esta mini historia doméstica me lleva a Villahermosa, o más allá, a Macuspana. A mi abuelo que no conocí, pero cuya huella adivino en una multitud de ideas, actitudes y gustos de mi mamá. A ella le encantan los ostiones, ya sea en escabeche o ahumados (curiosamente, casi nunca la he visto comerlos, quererlos frescos, a pesar de que se pueden conseguir en Paraíso, a una hora de Villahermosa). También, para ocasiones especiales, el abulón. Ella misma me ha contado que esos eran gustos de mi abuelo. Siempre los como con ella (el chiste es también la compañía) a media tarde, a veces con la sangría que tan bien le queda y de inmediato la atmósfera cambia, todo se vuelve más feliz y relajado. En esos ratos tenemos pláticas distintas a las de siempre, de pronto siento que la conozco mucho más.
Nunca le he preguntado a mi mamá si ella asocia ese darse gusto con ostiones y abulones a tardes así de relajadas que haya pasado con su papá. Quizá no, porque apenas tenía 18 años cuando él murió y su relación era mucho más solemne que la mía con mi papá. Pero quiero pensar que, de alguna manera, mi abuelo, lo mejor de su relación con mi mamá, sí está presente en ese ritual.
Los sabores que nos gustan cuentan nuestra historia. Los gustos de mi papá van en dos sentidos distintos: él es feliz de comer cualquier cosa que le hayan dado de niño, siempre que sepa exactamente igual a como sabía en su infancia. También es feliz comiendo otras cosas, pero esos gustos ya no tienen nada que ver con la nostalgia: tiene que ser natural, no demasiado ajeno y estar bien sazonado, o no le gustará.
Los ostiones y el abulón no me saben a ostiones y abulón, sino a estructura familiar, o más bien, a cariño maternal. Quizá por eso nunca los compro, siempre espero a que me los invite mi mamá, cuando estoy en su casa. El otro día le dimos la vuelta a la experiencia, cuando ella me visitó y comimos mejillones que yo había cocinado. Quedaron bien, pero no he vuelto a hacerlos, creo que la estoy esperando, para asegurarme de que sepan igual que en su visita.
Dice Fer, mi amiga consteladora, que los lazos familiares intergeneracionales existen -y son muy fuertes- incluso con los familiares a los que no conocimos. Desde hace mucho he querido saber cómo era mi abuelo y he ido armando mi rompecabezas a partir de los recuerdos fragmentados de los que lo conocieron. No sé qué tan cercano a la realidad sea ese rompecabezas, armado con mi versión filtrada de la memoria también filtrada de mis papás, de mi abuelita, de mis tíos.
En todo caso, creo que Fer tiene razón. El ritual de las tardes de ostiones y abulón, ahora enriquecido con mejillones, no sólo me acerca a mi mamá: también nos acerca a las dos a mi abuelo ausente.

viernes, 13 de febrero de 2009

Sobredosis

Últimamente me siento totalmente falta de inspiración para escribir aquí, a pesar de lo mucho que me gusta. A lo mejor es porque llevo ya semanas haciéndolo sostenidamente y las historias que medio tuve en mente por meeeeeeses empiezan a escasear. Pero más bien creo que es porque llevo dos semanas sobreexpuesta a Jacques Derrida y a Aby Warburg.
Con don Abraham no tengo tanto problema: es visita guiada y la guía es tan buena y está a tal grado enamorada de él, que empiezo a amarlo yo también, a pesar de que me fastidia un poco dedicarle 20 horas (o más) a la semana. Pero con Derrida...Dios mío! ¿Por qué tendrá que ser tan críptico? ¿Citar una y otra vez a lo largo de 300 páginas a Heidegger, Hegel y Kant en alemán y encima comentar los términos griegos que ellos usan y jugar con el triple sentido de sus propios términos en francés? ¡Auxilio! Me marea. Él será corresponsable de mi osteoporosis, pero ni con los veinte cafés que me he tomado en su compañía me han quedado muy claras sus ideas sobre los marcos. Cómo admiro a la gente que sabe hacer que lo difícil parezca sencillo...y cómo me cansan los autores tipo Derrida! Especialmente cuando llevo un año y medio leyendo como loca para la tesis y mi montaña de lecturas sigue siendo gigante...
Como dicen en Yucatán, se "encuentran" autores que expliquen con manzanitas lo que quieren decir.

jueves, 5 de febrero de 2009

Por los caminos del sur

Es decir, de cierto sur, más allá de otros sures.
"Tabasco está en el sureste de México. Limita al norte con el Golfo de México, al este con Campeche, al sur con Chiapas y Guatemala y al oeste con Veracruz", me hacían recitar cuando estaba en cuarto de primaria. De todos los anteriores, mis papás (en este caso, dignísimos representantes de la clase media tumbapata a la que pertenecían, pertenecíamos) sólo estaban familiarizados con Veracruz. Pero eso fue un poco más tarde en mi vida. Todos (casi) los caminos vacacionales de mi más temprana infancia conducían a Mérida. La fijación tabasqueña y familiar con Mérida da para otro(s) post(s). Éste es para hablar de mis tardíos pero fascinados encuentros con los lugares que están al sur de Tabasco, esos vecinos que me fueron ajenos, gulp, hasta que estuve bien instalada en la vida adulta...cuando ya ni eran mis vecinos.
Llevo como cinco años siendo admiradora delirante de Oaxaca, de San Cristóbal y de La Antigua. Y tengo conflicto al respecto, porque sé que lo que me gusta de las tres no deja de ser una versión paradisiaca y artificial para turistas...pero ¡qué preciosas versiones artificiales, cada una a su manera!
Para mí, ir a cualquiera de esos tres lugares es sentirme estúpidamente feliz sólo de caminar y caminar y perderme por ahí, o de sentarme, muerta de cansancio en algún café a mirar a la gente, o de probar comida a la que no estoy acostumbrada -en el caso de Oaxaca, definitivamente es comida a la que encantada de la vida me acostumbro desde el primer bocado.
Pero también, estar en cualquiera de los tres es como ver a través de un lente de aumento a México, o a Guatemala...una muy amplia oferta turística y cultural para gente (como yo) que es feliz al sentirse capaz de valorar la individualidad de esos lugares, capaz de disfrutar lo único de sus construcciones, de su comida, de sus incríbles textiles y de las muchas huellas de su pasado...pero me temo que al ser turista ahí, sin querer, también contribuyo a aumentar la brecha, las muchas desigualdades locales que no tienen para cuando ya no digamos acabarse, sino siquiera disminuir....Ni con la enorme derrama económica que para unos cuantos supone el negocio del turismo.
"Las élites siempre se entienden entre sí", van dos posts seguidos que cito a Lothar Knauth y creo que sí, las élites de Oaxaca, San Cristóbal y La Antigua (igual que las de cualquier otro lado, incluyendo las tabasqueñas) han acabado identificándose -hablando de identidades- mucho más con las élites que han llegado a invertir desde otros lados que con sus paisanos de nivel más bajo.
Recuerdo que en La Antigua me empeñé en probar la comida guatemalteca -no podía creer que hubiera un montón de restaurantes "fusión" ¿habrá comida que no lo sea?, asiáticos y hasta un pub irlandés (donde hacían un curry buenísimo), ¡y no veía restaurantes guatemaltecos por ningún lado! Fui a dar a "La cueva de los Urquizu", donde había comida muy rica, con ingredientes frescos que tenían, todos, pinta de locales....pero a precios más allá del alcance de la mayoría de los guatemaltecos.
Y bueno, "Todo retrato es una suerte de autorretrato," así que mi furor oaxaqueño-coleto-antigüeño me pone un poco frente al espejo...y creo que, en el fondo, mi gusto por ese sur es el alter ego del gusto que mis papás -y muchos tabasqueños de su generación- aprendieron a sentir por Mérida...
Villahermosa, igual que Macuspana y los otros municipios "criollos" tabasqueños, estaba a medio camino entre una y otra versión del sur, la de la Península de Yucatán y la que llevaba a la Capitanía general de Guatemala...Incluso hoy, en Chiapas, igual que en Tabasco, se toma pozol. En Oaxaca, a los turistas se les ofrece chocolate batido con leche, pero los oaxaqueños lo siguen tomando con agua (aunque cada vez menos). En Guatemala, como en Tabasco, se dice "sencillo" -no "cambio" ni "feria"-, se conoce el cocoyol -pero le dicen coyol, los desayunos se acompañan con plátanos fritos y se toca la marimba.
Pero la clase media tabasqueña de 1950 prefería mirarse en otro espejo...en uno donde el recuerdo de una casta divina se seguía sintiendo en una avenida como la Montejo, en platillos como el queso relleno (qué deliciosa es la comida yucateca) y en donde la gente tenía fama, bien ganada, de tener el nivel cultural más alto de todo el sureste.
Y me pregunto si yo hubiera tenido el interés -más bien, fascinación- que tengo por Oaxaca-San Cristóbal-La Antigua si no se me hubieran adelantado varios "alternativos"...para los tabasqueños de mi generación, Mérida ha perdido todo el interés -¿para qué ir ahí si sólo un poco más allá está Playa de Carmen?-, pero "todo mundo" ha ido a San Cristóbal al menos una vez. No puedo evitar pensar que esto difícilmente habría sucedido si los europeos no hubieran "descubierto" San Cristóbal, a raíz de la insurgencia zapatista. El San Cristóbal de hoy, con su amplia oferta de clases de español y de salsa, su panadería alemana, sus anuncios en italiano y sus calles llenas de turistas internacionales, debe de ser muy distinto al de antes de 1994....cuando, por alguna razón, los tabasqueños aún no lo habíamos vislumbrado en la medida en la que hoy lo hacemos.
Los gustos nunca son del todo individuales, ajenos a la realidad cotidiana, al mundo que nos rodea. La clase media tabasqueña de mediados del siglo XX estaba consciente de su asimétrica relación histórica con Mérida y la siguió perpetuando por un tiempo, después de que las carreteras hacia el poniente le quitaron lo remoto al centro de México.
En cambio, el actual interés local por conocer San Cristóbal, Oaxaca e incluso Guatemala, se nutre de un gusto nacido en el exterior. Estoy segura de que yo no habría tenido tantas ganas de conocer La Antigua si Anita, mi amiga gringa que exigía que se le hablara siempre sólo en español y soñaba con que Obama llegara a la presidencia (en pleno 2005), no me hubiera dicho una y otra vez "la gente es muy pobre, es muy duro. Pero, ay, es taaaaaaan bonito...tienes que ir."
Seguramente mi fascinación por esos lugares me causaría menos conflicto si viera que lo que gasto al visitarlos se distribuye de forma más justa. Supongo, también, que me voy a quedar para siempre con la duda de cómo se veían San Cristóbal y La Antigua antes de que tuvieran la multitud (relativa) de visitantes que hoy tienen. Pero, por muchas desventajas que tengan los dos fenómenos, forman parte de lo que estas preciosas ciudades son hoy, así que seguiré visitándolas cada vez que pueda.

jueves, 29 de enero de 2009

La guerra de los balcanes, la posmodernidad y el localismo optimista (más la cursilería)

¿Así, o más largo el título? No lo puedo evitar: soy una rollera incurable. Desde los títulos...al menos, como diría Susanita, mis títulos dicen sin tapujos lo bestia[lmente largos] que [mis rollos] son.
Llevo unos días acordándome de Humberto Morales, mi maestro de "Revolución Industrial" y de "Revolución Francesa" de la licenciatura. Aunque admiraba con delirio a Luis XIV, reconocía que no era él, sino la máquina de vapor, la que había hecho enormes contribuciones para convertir al mundo en lo que es hoy. (Uy, ahora que lo pienso, más bien estaba disculpando a su despótico favorito.)
No recuerdo que mi maestro usara la palabra "posmodernidad", pero era bastante escéptico respecto a la especie humana, así que supongo que, de hecho, era un posmoderno. Para variar, estoy hablando de temas que no domino. Pero si algo caracterizó a la modernidad fue su confianza en la evolución, la mejoría casi inevitable de la especie humana.
La posmodernidad es lo que le pasó a la modernidad una vez que la realidad le robó la inocencia. Deriva, entre otras cosas, del desencanto (por decir lo menos) de la posguerra. Ciertamente, el uso que Hitler hizo de las ideas de Hegel (que fue, entre otras cosas, un moderno por excelencia) no deja mucha cabida al optimismo respecto a la humanidad...ahí es donde la posmodernidad entra en escena. La especie humana no necesariamente se mejora a sí misma. La historia no es lineal, no vamos avanzando. Más bien es cíclica, lo que aparece en un momento puede desaparecer, para reaparecer (o no) más tarde. En las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI, los historiadores que respetan la realidad difícilmente pueden ser optimistas...
Y por cierto, mi maestro no lo era. Creo que me dio clase en 1999 y recuerdo que se refirió con insistencia a la guerra de los Balcanes. Para él, era el mejor ejemplo actual de la falacia de las unidades nacionales. Como ejemplos "modernos" (es decir, no muy nuevos) citaba a España y a Canadá, ambas con grandes comunidades deseosas de independizarse, a pesar de que no les va tan mal, como parte de un todo más grande. Don Humberto enfatizaba que ni la religión había logrado unir a esas comunidades con las otras que oficialmente eran parte de lo mismo -mucho menos el culto a los héroes que oficialmente les dieron patria a todos, ni el himno nacional común.
Pero su mejor ejemplo era la guerra en una Europa que se había prometido a sí misma no repetir la tragedia de la Segunda Guerra Mundial (¿por qué será que hay que escribir Guerra, con mayúscula?). Para él, el desastre de los Balcanes demostraba que la razón siempre acaba perdiendo la guerra contra los prejuicios. Los seres humanos no aprendemos y cosas como la raza, el idioma e incluso el acento y los modismos, las sutiles diferencias que hay entre las costumbres de un pueblo y de otro, aunque oficialmente pertenezcan al mismo país, pueden ser razones suficientes para considerar al otro un extraño y, si es preciso, deshumanizarlo, en aras de la lucha por la propia individualidad.
Nunca le pude refutar ese ejemplo a mi maestro y, por otro lado, estoy de acuerdo con él (y con muchos otros) en que se necesitaría bastante ¿valor, ignorancia, inocencia, autoengaño? para mantener el optimismo que tenían los modernos. Pero, por lo visto, sí tengo algo de eso, porque sí quiero creer que hay posibilidades alternativas. El otro día una amiga de la ciudad donde ahora vivo me dijo que escribir este blog, lejos de alejarme de mi actual ciudad, me acerca más a ella, y creo que en cierta forma tiene razón.
Me gustan las historias de Tabasco porque tienen mucho que ver con mi vida, pero disfruto igualmente las historias de cualquier otro lugar, contadas por gente que quiere y se siente de alguna, o de muchas maneras, ligada a ese lugar. He vivido en otros lugares y sé que hay muchas maneras de pertenecer y también, que uno se puede seguir sintiendo fuereño por aaaaaaaños. Creo que estas pequeñas historias son mi intento de tener el corazón puesto en más de un lugar a la vez, de seguir dándole la bienvenida a una realidad diferente de la de mi infancia, sin anularla.
Mi escéptico maestro tenía muchísima razón. Pero creo que también la tienen los que dicen que todos somos migrantes y mestizos (yo se lo oí decir a Lothar Knauth). Quizá sí se puede pertenecer a muchos lugares a la vez y reconocer a los otros sin odiarlos. Ojalá.

martes, 27 de enero de 2009

A propósito de las frideras

Por alguna razón, a pesar de que crecí en Villahermosa y de que soy hija, nieta, bisnieta (7/8) y tataranieta (¿14?/16) de tabasqueños, mis amigas más cercanas eran de otros lugares. Si acaso, tenían 50% de origen tabasqueño, o habían vivido siempre en Villa pero sus papás eran de algún otro lado. Esto me puso muy pronto en contacto con palabras y acentos distintos a los de mi familia 100% tabasqueña.
Esa temprana miniexperiencia bicultural me dejó una fijación con unas cuantas palabras. Como fridera, por ejemplo. En la cocina (más bien en la estufa) de mi infancia había sólo ollas y frideras. Tanto las cacerolas como las cazuelas y los sartenes se incorporaron tardíamente a mi vocabulario pasivo...e insisten en mantenerse ahí, con la posible excepción de los sartenes, a mi pesar.
Recuerdo que mis amigas y yo solíamos corregirnos mutuamente palabras como tomate (jitomate, aún hoy me cuesta ponerlo sin sentirme subyugada por el poder centralizado postmexica), repollo (col, ¿verdad, Ada?) y pavo (guajolote me sigue sonando tan raro como cuando estaba en la primaria). Es un misterio para mí por qué, a pesar de nuestro énfasis en la superioridad de nuestros respectivos modos de hablar regionales, Farida, Ana, Lucero, Ada y yo siempre respetamos la forma que las otras tenían de referirse a las frideras.
El otro día se me ocurrió buscar la palabra en el diccionario de la Real Academia. Estaba casi segura de que no aparecería. Mi enorme sorpresa fue encontrarla como un modismo ¡de Honduras! Eso me lleva a preguntarme si en el resto de Centroamérica, o por lo menos en Guatemala y -ya en México- en Chiapas también se usa la palabra.
Mi otro ciberhallazgo fue éste: "freidera. 1. f. Cuba. Cazuela de barro poco profunda, útil para hacer sofritos y platos especiales de la cocina cubana y 2. f. Hond. sartén (‖ recipiente de cocina." Mmmm, yo nunca antes había oído la palabra freidera, con la e, así que supongo que los tabasqueños, a diferencia de los hondureños, nunca nos anduvimos con titubeos a la hora de decirle al pan pan, al vino vino y a la fridera...fridera.
Tristemente, no encontré ninguna de las dos palabras en los diccionarios anteriores o "históricos", gloriosamente disponibles en línea, y gratis (esos de la Real Academia tienen un espíritu bastante democrático. Larga vida al rey). ¿Eso qué significa? ¿Que fr[e]idera es un americanismo? Tomando en cuenta que viene del regionalísimo verbo "freír", lo dudo...pero bueno, el que existan meseros no significa que en todos lados mesereen, a pesar de la insistencia de un locutor yucateco que oí en la radio cancunense hace como 15 años. El caso de las frideras sigue abierto.
Uno de mis objetivos hace un mes, cuando abrí este blog, era tomarme un poco más en serio mi interés por el origen de muchas de las palabras que oí en mi infancia y luego, ya nunca más. Según yo, había básicamente dos posibilidades: o se trataba de arcaismos, como descarmenar, o de regionalismos, como turuntunear (hasta que se demuestre lo contrario). Fridera me suena mucho más a arcaismo, pero entonces ¿por qué la omitieron todos los diccionarios Reales y Académicos de los siglos XVIII y XIX? Mi única y confusa pista es la primera mención a "sartén", que data de la edición de 1739 y se define como "Vafo de hierro redondo, con el fuelo plano, con alguna diminución á la parte inferiór, y un mango largo para poderla tener sin quemarfe, y firve para freír, ó toftar alguna cofa. Viene del latino sartago, nis."
Quedé más confundida. El que la palabra "sartén" no apareciera sino hasta bien entrado el XVIII sería una sugerencia de que, aunque el diccionario la omitiera, la palabra fridera habría estado en uso hasta el siglo XVIII, cuando la desplazó "sartén", pero el origen latino de esta última sugiere que, de hecho, su existencia es anterior al siglo XVIII.
Por otro lado y haciendo uso de otra megalicencia metodológica, tengo la impresión de que la población tabasqueña de hoy (o de ayer, de antes del efecto globalizador a pequeña escala que trajo Pemex) desciende, en buena medida, del mestizaje de los locales con migrantes europeos de la segunda mitad del siglo XVIII. Otra buena pregunta es si los europeos -sobre todo españoles, pero también italianos y, en menor medida, franceses y hasta ingleses y alemanes- que llegaron a Tabasco lo hicieron directamente desde Europa o bien, después de haber pasado temporadas en otras partes de México...Pero, si éste hubiera sido el fenómeno predominante, ¿por qué hay tantas diferencias, en cuanto a palabras y acento, con el centro de México e incluso con Yucatán -al que Tabasco oficialmente perteneció por laaaaargo tiempo? ¿Qué sugiere esto? ¿Una relación mucho más directa con Cuba? Qué hábil soy para complicarme la vida...incluso con unas simples frideras.

miércoles, 21 de enero de 2009

Se buscan historias que contar

Tabasqueñas, de preferencia. Ha de ser muy sabio el viejo exhorto a no mezclar negocios con placer, pero si lo siguiera, se me acabaría tanto la diversión como el de alguna manera auto compromiso que para mí representa escribir aquí. Llevaba mucho tiempo diciéndome a mí misma que algún día quería investigar y escribir sobre Tabasco, lástima que la posibilidad real de que sucediera no se vislumbraba en los próximos años. No me alcanzaba el interés para procurarla, pues. Hasta que me tomé unas vacaciones visitando a mis papás, comiendo las maravillosas versiones que mi mamá hace de la comida tabasqueña (no sólo de la tabasqueña, pero eso es lo que le pido y felizmente le encanta complacerme) y comiéndome a mi papá a preguntas acerca de su infancia y de paso, de la de sus papás y conjeturando con él acerca de la de sus abuelos....una vez más.
He pasado buena parte de mi vida adulta estudiando ciertos aspectos de la historia de México entre los siglos XVI y XIX. De México en general, o eso me han dicho. Desde el principio me sentí muy confundida, porque casi nada de lo que me enseñaban tenía sentido cuando trataba de encajar ahí la historia de Tabasco. Por supuesto que, estando en el sur, era la periferia, pero ni siquiera tenía la gracia de serlo a la manera de Oaxaca o Chiapas, cuya problemática tan, tan particular (y en muchos sentidos dramática) los ha hecho foco de atención de unos cuantos alternativos. Tabasco era más bien como Yucatán o Veracruz, pero "[mucho] menos importante" que éstos, así que el tema no sólo era ajeno a mis maestros, sino que a la mayoría -con honrosísimas excepciones- simplemente no le importaba lo más mínimo. Mejor estudia cosas importantes, era el mensaje implícito.
Y bueno, me puse a estudiar otras cosas, que también me interesan y gustan mucho. Pero sigo queriendo saber de Tabasco, explicarme las cosas que pasaron ahí...desde ahí. Sin perder de vista el contexto, claro, pero no entiendo cómo podría captar los matices que distinguen a municipios como Teapa, Jalapa, Emiliano Zapata, Macuspana y Comalcalco de Jonuta, Paraíso y Frontera si no procuro asomarme a su historia desde dentro.
Lo divertido de esto es que, al intentar por primera vez darle forma a mis preguntas, descubro lo enoooorme de mi ignorancia. Sé que quiero contar historias...pero no tengo claro qué historias. Desde la introducción de la fotografía en San Juan Bautista, que aparentemente data de 1860 o incluso antes, hasta el impacto del estudio fotográfico don César Bautista en el Macuspana de mediados del siglo XX. Las palabras y expresiones que tenemos en común no sólo con Chiapas, sino con Guatemala y hasta con Honduras (para mis océanos de desconocimiento y para mí, la noticia fue todo un descubrimiento) y las que sólo existen, o sólo se usan con cierto sentido, en Tabasco.
La primera pregunta es qué contar y, aunque no tengo clara la respuesta, mi verdadero problema es cómo hablar sobre cosas de las que lo ignoro casi todo...creo que sólo me animo a intentarlo porque para mí, escribir aquí es en primer lugar un placer.

viernes, 16 de enero de 2009

Sabiduría osuna, o como se diga

Mis primeros encuentros con la comida rápida fueron felizmente ajenos a las trasnacionales. Un señor del sur de Italia, residente en Villahermosa, abrió a principios de los 80s di Bari, que aún es mi pizzería favorita allá. La masa era delgada y probablemente esas pizzas fueran lo único que se podía pedir a domicilio en Villa, cuando yo era niña. Yo no lo sabía, pero por esa feliz circunstancia, el furor global por la pizza me llegó en una versión sana y rica, pues Pizza Hut y Domino's tardaron todavía varios años en hacer su entrada triunfal.
Algo parecido me pasó con las hamburguesas: a mis amigas y a mí nos dio por reunirnos a patinar los sábados en la tarde y después, muertas de hambre, pedir hamburguesas de Circus. Hace tiempo que desaparecieron, y no sé si hoy me gustarían, pero recuerdo su aderezo de mayonesa y chipotle y, en todo caso, siempre las preferí a cualquier otra hamburguesa, cuando Villa se llenó de opciones, tanto locales como trasnacionales.
A principios de los 90s, cuando estaba en la secundaria, alcancé a darme cuenta de que algo estaba pasando que transformaba rápidamente mi ciudad. Era el furor anterior al 94, que allá fue indisociable a la pasajera bonanza producida por Pemex, que desde 1975 se sentía en Villahermosa, y en ningún otro lugar del estado.
De pronto en todos los grupos de la escuela había algún extranjero (qué palabra tan fea, pero no conozco sinónimos), cuya familia casi siempre había llegado, de alguna manera, ligada a Pemex. También, de pronto la ciudad se llenó de nuevos fraccionamientos....y de los primeros Pizza Hut, Mc Donald's, Kentucky y Domino's, por orden de aparición, si mi memoria no falla.
Creo que todos los anteriores llegaron en un lapso de unos dos años, más o menos cuando yo tenía entre 13 y 15, así que por supuesto los conocí todos al poco tiempo de su llegada. Y sí, los visité varias veces, más por seguir al grupo que porque me encantaran. Con la excepción, ups, de la pizza extravaganzza de Domino's, que sí me gustaba. De todos modos, cuando salió la versión de masa delgada, rogaba que pidiéramos esa, y no podía entender el gusto de mis amigos por el pan pizza, al que no le veía ningún chiste.
Cuando tenía 15 años, un viaje de un mes y la necesidad de seguir al grupo me tuvieron a dieta de hamburguesas de Mc Donald's y, cuando no nos iba tan mal, de Burger King. Creo que valió la pena, porque regresé valorando el puchero de mi mamá, al que antes había desdeñado como la "comida oficial de los lunes." El resto de la prepa seguí yendo a Mc Donald's, pero en calidad de testigo, o casi: lo único que comía ahí eran sundaes de chocolate, o si acaso, papas fritas. (Pregunta: alguien ha visto papas reales de 25 cm de largo? Porque el tamaño de las de Mc Donald's me parece muy sospechoso).
Todo eso viene a cuento porque, aún antes de enterarme de lo que está detrás del negocio de la comida rápida y las horribles (e irónicas) paradojas de un mundo donde sigue habiendo muchísimas carencias, a las que se suman los excesos de un primer mundo obsesionado tanto con las porciones gigantes como con lo light, una vez que se me pasó el gusto adolescente por la novedad de la comida rápida, fui incapaz de entender en dónde radicaba su éxito....y sigo sin entenderlo.
Al parecer, un oso canadiense comparte mi opinión. Desde que el portal de El Universal dio una amplísima cobertura al desastre en Tabasco de noviembre del 2007, soy su lectora adicta. Y hace poco, publicaron una nota sobre un Subway de Canadá. La chavita encargada apenas estaba abriéndolo cuando entró un oso. Ella se encerró en el baño y la cámara grabó al oso hambriento, hurgando en los recipientes de comida....y saliendo con las patas vacías! Después de haber tenido entre sus garritas el "jamón", "queso", "tocino", etc.
Seguramente estoy sonando apocalíptica y globalifóbica, pero lamento mucho que estemos tan dispuestos a dejarnos envenenar, ¡y a dejar que envenenen a los niños! con una basura que, según un oso muerto de hambre, no es digna de ser comida.

viernes, 9 de enero de 2009

Los tíos Memo y Naty, las raíces y las mega licencias metodológicas

Creo que aquí ya empezó a notarse mi interés ¿rayano en la fijación? en los orígenes y las identidades. Tres de mis cuatro costados están en Macuspana y siempre he tenido una relación compleja con ella. Es tooooodo un tema, para otro post. En este, más bien quiero hablar de mi reciente plática con el tío Memo y de las enormes diferencias que hay entre las investigaciones académicas y las blogueras.
Llevaba como un año planeando entrevistar al tío Memo, cuya lucidez para contar historias me impresionó en el desayuno que siguió a la celebración de sus bodas de oro con la tía Naty. El tío Memo nació en Durango e hizo varias escalas (tanto urbanas como rurales) antes de llegar a Macuspana, en 1954, así que me parecía un excelente candidato para asomarme a la mirada externa sobre una Macuspana aldeana (JL dixit) a la que Pemex acababa de meter al "mundo moderno".
Yo sabía que el tío Memo me daría una versión diferente a la de los locales, que ya conozco. Si algo me llama la atención de la versión local de esa historia es la omnipresencia de "los ingenieros de Pemex" sin los que, ciertamente, no se podría explicar mucho de lo que pasó en el pueblo entre 1950 y 1975.
Mi idea era conocer la opinión de mi tío sobre muchos temas. ¿Qué tan Garridista seguía siendo el pueblo cuando él llegó? La gente oía el radio obsesivamente y tanto el Excélsior como el Siempre! tenían varios lectores, pero aún no había carreteras, así que hasta los viajes a Villahermosa -que hoy está a 46 km de distancia- duraban horas (no sé por qué, de pronto me acordé de la Ciudad de México) y dependían de las condiciones del tiempo. Además, había unos muy necesarios agentes viajeros, sobre todo exiliados españoles, que no sólo llevaban noticias de la eterna rival, Jalapa, sino también de Villahermosa y, cuando la plática se ponía buena, de unas preciosas y desconocidas playas en Quintana Roo.
¿Cómo conciliar esa realidad con la de la cercana Ciudad Pemex donde creció mi mamá? Yo esperaba que el tío recordara enormes diferencias entre Macuspana y Pemex. En mi ignorancia, llevaba años imaginando a Pemex como una pequeña inserción local de primer mundo, que ofrecía un contraste brutal con Macuspana. A fin de cuentas, Pemex nació con boliche, alberca y no uno, sino dos cines. Las calles estaban pavimentadas desde el principio, había petróleo a morir y, sin embargo, las grandes ambiciones del proyecto original nunca se cumplieron. ¿Por qué crees que pasó eso, tío?
La opinión de él me sorprendió. "Pemex era como un campamento....un campamento más cómodo que la propia Macuspana, pero un campamento, a fin de cuentas. La gente no tenía raíces...ni siquiera los [muchos] que se casaron con tabasqueñas estaban muy interesados en quedarse. Yo creo que faltaron arraigo y cohesión social. El proyecto perdió sentido."
Mi tío fue muy amable en contestar tantas preguntas por horas. Mi tía, en preparar esas carnes asadas con su salsa buenísima y en consentirnos con la torta de elote tierno con queso crema -nunca se me habría ocurrido que podía quedar tan, tan buena rellena de queso crema y todavía tibia.
El tema de Macuspana me interesa en serio. Pero una investigación "seria" requiere un rigor, extensa documentación, búsqueda sistemática de fuentes primarias, etc. que ahora no estoy en condiciones de cumplir...y no sé si algún día lo estaré. Así que aquí está el relato electrónico, lleno de licencias metodológicas, datos anecdóticos y un agradecimiento especial a los tíos Memo y Naty por contarme nuestra historia en común, que me interesó mucho más que las meras respuestas que les pedí.

martes, 6 de enero de 2009

Juegos de pelota....zapatera a tus zapatos

Lo mío no son, nunca han sido y sospecho que nunca serán los juegos de pelota. Ni jugarlos, ni verlos y ni siquiera estudiarlos: a pesar del entusiasmo de mi maestra por el juego ritual de pelota en Mesoamérica, no logro recordar casi nada de lo que nos dijo sobre el muy interesante tema (sólo registré que de verdad es muy significativo en su contexto, en términos cosmogónicos).
Pero gracias a las dotes narrativas de don José Luis, acabo de descubrir que sí puedo hablar, o más bien oir hablar de algunos de estos juegos por un largo rato ¡y disfrutarlo! Y es que, para mí, todo cambia en cuanto me empiezan a contar una buena historia. Una, por ejemplo, acerca del pasajero arraigo del beisbol en Tabasco. La generación de mi papá se apropió este deporte con verdadero delirio (¿cómo explicar, si no, que más de un tabasqueño haya pasado años soñando con ir a Nueva York, pero no de shopping, ni a ver la ciudad desde el aire, ni a cenar, ni a los teatros, ni a los museos....sino a ver un partido en el extinto Yankee Stadium?)
Tengo la impresión de que el gusto por el beisbol acompañará a la generación que creció en el Tabasco de los 40s, 50s y 60s por el resto de su vida. Pero ahí acabará. En mi generación, ese mismo delirio ya había cedido su lugar al nacional (y globalizado) futbol. Tanto mi fuente como yo suponemos que en Yucatán, Veracruz y Sinaloa sucedió algo parecido, pero no nos consta, así que esta historia remite sólo a Tabasco.
Como desde niña tanto el beisbol como el futbol me dejaban indiferente, tardé mucho en darme cuenta de que, mientras mis amigos jugaban fut, hablaban del América y del Cruz Azul (no recuerdo haber oído hablar de los Pumas en esa época) y contaban los meses que faltaban para el próximo mundial, mi papá seguía sin falta todas las temporadas de beisbol de Estados Unidos, memorizaba nombres de jugadores y equipos, sobre todo de los ganadores y finalistas (a los que aún puede referirse por año, sin errores), era especialista en el Salón de la Fama y, lo que más me sorprendía de todo: ¡era capaz de ver un partido completo! Tortura a la que nunca he aceptado unírmele. Para más señas...ni siquiera le entiendo al juego, a pesar de que ha tratado de explicármelo varias veces con tanta paciencia como emoción.
Para mi sorpresa, el tema de pronto me resulta de lo más interesante al pensar en las razones por las que un deporte sustituyó tan pronto al otro, en el ámbito local. Ya mutuamente contagiados de entusiasmo, mi papá y yo empezamos a especular (me encanta la raíz de esa palabra...etimológicamente quiere decir jugar con espejos, con reflejos de la realidad, más que con ella misma) y él supone que la construcción del Estadio Azteca marcó un parteaguas en la industria del deporte mexicano. México 70 no fue, por cierto, una inocente casualidad, como tampoco lo fue, cien años antes,
la oficialización del traje charro y la música de mariachi como "identificadores nacionales."
Lo que hoy sienten en cada partido los aficionados que viven la intensidad del futbol es completamente real. Pero no se podría explicar si no hubiera habido atrás una industria, en parte televisiva, que se encargó de construir, o al menos de hacer posible, esa realidad. Así como, papá reconoce, en Tabasco la anterior pasión beisbolera fue hija de la industria de la radio y de esa relación Cuba-Yucatán-Tabasco que tanto me interesa.
Si Fer lee algún día esto, puede objetar que su pasión por los Pumas se gestó en el Oaxaca de 1980 sin que el Estado ni los empresarios deportivos intervinieran. Yo misma recuerdo una loca experiencia en el Mundial de 1994, cuando vi junto con una amiga mexicana y otra argentina, pero italiana de corazón, el partido de México contra Italia. La alegría de Farida y mía cuando México metió el primer gol fue tan real como la de Gaby cuando sus adorados italianos contraatacaron....estoy segura de que el futbol es el único deporte con el que podríamos habernos emocionado (gozado y sufrido) tanto, estando las tres solas.
Lo mío no son, nunca han sido y sospecho que nunca serán los juegos de pelota. Es probable que mi papá nunca logre hacerme entender el beisbol, ni seguir con él un partido completo. Pero sí ha logrado transmitirme su entusiasmo al punto de hacerme asociar el beisbol a algunos de mis propios temas favoritos, así que este es mi homenaje a su pasión beisbolera.

viernes, 2 de enero de 2009

Chocolates

Quizá sería mejor que hubiera dos palabras distintas para referirse a la bebida y a la golosina. Pero, en aras de verdadera precisión, habría que añadir otra palabra para distinguir al que se toma, o tomaba, en Tabasco, de la bebida globalizada que poco tiene que ver con las tazas de chocolate de mi no tan lejana infancia.
Creo que en la casa de mis papás rara vez se usaba el molinillo, aunque en casa de mi abuelita sí. Pero no es eso lo que extraño, sino el sabor del chocolate de Comalcalco con canela y almendras que, por supuesto, se batía con pura agua. Mi mamá a veces añadía la mitad de leche, pero para mi gusto, cuando el chocolate era de buena calidad, la leche sólo le quitaba vigor. Siempre me ha encantado el chocolate bien oscuro y bien espeso, a condición de que el espesor lo proporcione el propio cacao. La leche espumada sólo me gusta en el capuchino.
He visitado varias veces haciendas cacaoteras de Comalcalco. Los dueños son amabilísimos y me encanta ver su pedazo de selva domesticada, pero lamento que hayan tenido que adaptarse a las exigencias del mercado. Según me han contado ellos mismos, las marcas internacionales de golosinas usan el cacao tabasqueño en pequeñas cantidades, para mejorar el sabor del mucho más barato cacao africano en el que se basan casi todas las golosinas de las trasnacionales.
No tengo nada contra los chocolates como golosina. Tampoco, necesariamente, contra la globalización, pero considero que la industria alimentaria globalizada es, en términos generales, perversa. (Sí, la palabra es fuerte. No, no creo que esté exagerando, así que no me retracto. Quizá algún día escriba acerca de por qué pienso eso).
Más aún: sí me gustan las golosinas de chocolate y hay muchas no hechas en Tabasco que me parecen muy buenas. De hecho, prefiero el chocolate tabasqueño para beber. Y prefiero beberlo de la manera con la que crecí, pues el producto es distinto al que se hace para prepararse con leche. Este último siempre es demasiado dulce, así que requiere mucha menos cantidad de chocolate. Algunas versiones del chocolate hecho para prepararse con leche me parecen muy ricas y ciertamente no me interesa imponer mi versión preferida de chocolate a la taza al resto del mundo.
Sólo lamento, y mucho, que en el propio Tabasco sea cada vez más difícil encontrar barras de chocolate de Comalcalco, con canela y almendra molida. Por supuesto que es más caro que el chocolate comercial. Me temo, además, que sus cualidades se diluyen, literalmente, al mezclarlo con leche, así que difícilmente tendría mercado fuera de Tabasco.
Los tabasqueños estamos, en mi opinión, especialmente ávidos de darle la bienvenida a lo que viene de fuera. No sé si esta actitud sea producto de largos siglos de aislamiento, en los que las novedades llegaban a cuentagotas y nos sentíamos permanentemente desactualizados. Me parece bien que sigamos abiertos al exterior, pero no veo la razón para despreciar las cosas bien hechas en la tierra.