sábado, 28 de febrero de 2009

Limonada de niños et al. (hablaron los hechos)

Ayer, platicando con una colega, me acordé de "Limonada de niños", la revista infantil en la que mis hermanos y yo escribimos de 1986 a 1988 u 89. Silvia tiene una variedad de intereses que me impresiona y cuando llegó mi turno de contar cómo llegué a la historia del arte, de pronto salió la historia de Limonada. Yo apenas tenía 7 años cuando llegamos ahí, así que no recuerdo bien cómo nos enteramos de su existencia. Creo que una tía le comentó a mi mamá y ella fue muy feliz de llevarnos ahí, así como a clases de teatro al Ágora y a "mis vacaciones en la biblioteca" (la José María Pino Suárez, claro), todo en esos mismos años.
"Hay distancias que acercan", solía decir Basilio Rojo y, a 20 años de distancia, me doy cuenta de que de niña fui muy beneficiada por la política cultural de Enrique González Pedrero, cuyo lema de campaña fue "Hablarán los hechos." Por supuesto que los gustos de mis papás marcaron los míos, pero a la distancia me doy cuenta de que, si don Enrique y su esposa no hubieran tenido acusadísimos intereses artísticos y culturales, yo no habría tenido experiencias que seguramente fueron decisivas para lo que años después fue mi elección profesional.
Crecí viendo "Arcoiris" en CORAT, el canal oficial del gobierno del estado, que transmitía una y otra vez cápsulas sobre la historia de Tabasco, dirigidas lo mismo a niños que a adultos. De niña, muchas veces oí a mis papás hablar del Jaguar Despertado y de los premios conquistados por el grupo de teatro indígena del estado. También fui por un corto tiempo alumna de la Casa de Artes José Gorostiza. Todas esas experiencias fueron posibles gracias a un tabasqueño que, excepcionalmente, tuvo tanto poder como voluntad de desarrollar un proyecto cultural que beneficiara a amplios sectores de la población.
Hace unos cuantos años, cuando exploraba la posibilidad de estudiar la historia de la fotografía en Tabasco en el Porfiriato, fui a dar al Fondo Tabasco de la biblioteca Pino Suárez. Pronto me di cuenta de que, además de la biblioteca misma, casi todo el contenido de ese fondo se había hecho en tiempos de González Pedrero y fue entonces cuando empecé a agradecer haber crecido durante su gobierno.
Mi papá siente entusiasmo por Francisco J. Santamaría y, por otro lado, es posible que Carlos Pellicer sea el único hombre de letras/intelectual tabasqueño realmente reconocido, famoso, del siglo XX. Por mi parte, al recordar Limonada y, en menor medida, la biblioteca Pino Suárez, el Ágora y la Casa de Artes, me siento agradecida de haber crecido en tiempos de González Pedrero...honor a quien honor merece.

viernes, 20 de febrero de 2009

La estructura ausente

Así se llama un libro de Umberto Eco que seguramente nunca leeré, pero sí tiene algo que ver con este post. Es una introducción a la semiótica y aquí intentaré introducirme por los escurridizos terrenos de algunos de mis códigos familiares.
Este post empezó hace como una hora, cuando fui al súper teniendo antojo de mejillones enlatados "al natural" (bueno sí, la sal es natural...incluso si le ponen casi la misma cantidad que de mejillones, gramo por gramo). Qué bueno que los compré una y otra vez el año pasado. Como solía ir al súper los sábados a mediodía, se convertían, mezclados con arroz rojo, dip de aceitunas negras, cilantro, limón, chile y tomate/espinacas/pepino (de pronto entiendo por qué mi papá dice que me encanta la comida llena de accesorios) en mi comida rápida del mismo sábado...más el postre. La lata costaba 15 pesos, lo recuerdo bien. Por ahí de octubre, desaparecieron misteriosamente, reaparacieron a 25 pesos y ahora llevan meses ausentes del anaquel. Los que sí están son sus primos, los mejillones en escabeche, ¡¡a 50 pesos la lata!!
Para variar, esta mini historia doméstica me lleva a Villahermosa, o más allá, a Macuspana. A mi abuelo que no conocí, pero cuya huella adivino en una multitud de ideas, actitudes y gustos de mi mamá. A ella le encantan los ostiones, ya sea en escabeche o ahumados (curiosamente, casi nunca la he visto comerlos, quererlos frescos, a pesar de que se pueden conseguir en Paraíso, a una hora de Villahermosa). También, para ocasiones especiales, el abulón. Ella misma me ha contado que esos eran gustos de mi abuelo. Siempre los como con ella (el chiste es también la compañía) a media tarde, a veces con la sangría que tan bien le queda y de inmediato la atmósfera cambia, todo se vuelve más feliz y relajado. En esos ratos tenemos pláticas distintas a las de siempre, de pronto siento que la conozco mucho más.
Nunca le he preguntado a mi mamá si ella asocia ese darse gusto con ostiones y abulones a tardes así de relajadas que haya pasado con su papá. Quizá no, porque apenas tenía 18 años cuando él murió y su relación era mucho más solemne que la mía con mi papá. Pero quiero pensar que, de alguna manera, mi abuelo, lo mejor de su relación con mi mamá, sí está presente en ese ritual.
Los sabores que nos gustan cuentan nuestra historia. Los gustos de mi papá van en dos sentidos distintos: él es feliz de comer cualquier cosa que le hayan dado de niño, siempre que sepa exactamente igual a como sabía en su infancia. También es feliz comiendo otras cosas, pero esos gustos ya no tienen nada que ver con la nostalgia: tiene que ser natural, no demasiado ajeno y estar bien sazonado, o no le gustará.
Los ostiones y el abulón no me saben a ostiones y abulón, sino a estructura familiar, o más bien, a cariño maternal. Quizá por eso nunca los compro, siempre espero a que me los invite mi mamá, cuando estoy en su casa. El otro día le dimos la vuelta a la experiencia, cuando ella me visitó y comimos mejillones que yo había cocinado. Quedaron bien, pero no he vuelto a hacerlos, creo que la estoy esperando, para asegurarme de que sepan igual que en su visita.
Dice Fer, mi amiga consteladora, que los lazos familiares intergeneracionales existen -y son muy fuertes- incluso con los familiares a los que no conocimos. Desde hace mucho he querido saber cómo era mi abuelo y he ido armando mi rompecabezas a partir de los recuerdos fragmentados de los que lo conocieron. No sé qué tan cercano a la realidad sea ese rompecabezas, armado con mi versión filtrada de la memoria también filtrada de mis papás, de mi abuelita, de mis tíos.
En todo caso, creo que Fer tiene razón. El ritual de las tardes de ostiones y abulón, ahora enriquecido con mejillones, no sólo me acerca a mi mamá: también nos acerca a las dos a mi abuelo ausente.

viernes, 13 de febrero de 2009

Sobredosis

Últimamente me siento totalmente falta de inspiración para escribir aquí, a pesar de lo mucho que me gusta. A lo mejor es porque llevo ya semanas haciéndolo sostenidamente y las historias que medio tuve en mente por meeeeeeses empiezan a escasear. Pero más bien creo que es porque llevo dos semanas sobreexpuesta a Jacques Derrida y a Aby Warburg.
Con don Abraham no tengo tanto problema: es visita guiada y la guía es tan buena y está a tal grado enamorada de él, que empiezo a amarlo yo también, a pesar de que me fastidia un poco dedicarle 20 horas (o más) a la semana. Pero con Derrida...Dios mío! ¿Por qué tendrá que ser tan críptico? ¿Citar una y otra vez a lo largo de 300 páginas a Heidegger, Hegel y Kant en alemán y encima comentar los términos griegos que ellos usan y jugar con el triple sentido de sus propios términos en francés? ¡Auxilio! Me marea. Él será corresponsable de mi osteoporosis, pero ni con los veinte cafés que me he tomado en su compañía me han quedado muy claras sus ideas sobre los marcos. Cómo admiro a la gente que sabe hacer que lo difícil parezca sencillo...y cómo me cansan los autores tipo Derrida! Especialmente cuando llevo un año y medio leyendo como loca para la tesis y mi montaña de lecturas sigue siendo gigante...
Como dicen en Yucatán, se "encuentran" autores que expliquen con manzanitas lo que quieren decir.

jueves, 5 de febrero de 2009

Por los caminos del sur

Es decir, de cierto sur, más allá de otros sures.
"Tabasco está en el sureste de México. Limita al norte con el Golfo de México, al este con Campeche, al sur con Chiapas y Guatemala y al oeste con Veracruz", me hacían recitar cuando estaba en cuarto de primaria. De todos los anteriores, mis papás (en este caso, dignísimos representantes de la clase media tumbapata a la que pertenecían, pertenecíamos) sólo estaban familiarizados con Veracruz. Pero eso fue un poco más tarde en mi vida. Todos (casi) los caminos vacacionales de mi más temprana infancia conducían a Mérida. La fijación tabasqueña y familiar con Mérida da para otro(s) post(s). Éste es para hablar de mis tardíos pero fascinados encuentros con los lugares que están al sur de Tabasco, esos vecinos que me fueron ajenos, gulp, hasta que estuve bien instalada en la vida adulta...cuando ya ni eran mis vecinos.
Llevo como cinco años siendo admiradora delirante de Oaxaca, de San Cristóbal y de La Antigua. Y tengo conflicto al respecto, porque sé que lo que me gusta de las tres no deja de ser una versión paradisiaca y artificial para turistas...pero ¡qué preciosas versiones artificiales, cada una a su manera!
Para mí, ir a cualquiera de esos tres lugares es sentirme estúpidamente feliz sólo de caminar y caminar y perderme por ahí, o de sentarme, muerta de cansancio en algún café a mirar a la gente, o de probar comida a la que no estoy acostumbrada -en el caso de Oaxaca, definitivamente es comida a la que encantada de la vida me acostumbro desde el primer bocado.
Pero también, estar en cualquiera de los tres es como ver a través de un lente de aumento a México, o a Guatemala...una muy amplia oferta turística y cultural para gente (como yo) que es feliz al sentirse capaz de valorar la individualidad de esos lugares, capaz de disfrutar lo único de sus construcciones, de su comida, de sus incríbles textiles y de las muchas huellas de su pasado...pero me temo que al ser turista ahí, sin querer, también contribuyo a aumentar la brecha, las muchas desigualdades locales que no tienen para cuando ya no digamos acabarse, sino siquiera disminuir....Ni con la enorme derrama económica que para unos cuantos supone el negocio del turismo.
"Las élites siempre se entienden entre sí", van dos posts seguidos que cito a Lothar Knauth y creo que sí, las élites de Oaxaca, San Cristóbal y La Antigua (igual que las de cualquier otro lado, incluyendo las tabasqueñas) han acabado identificándose -hablando de identidades- mucho más con las élites que han llegado a invertir desde otros lados que con sus paisanos de nivel más bajo.
Recuerdo que en La Antigua me empeñé en probar la comida guatemalteca -no podía creer que hubiera un montón de restaurantes "fusión" ¿habrá comida que no lo sea?, asiáticos y hasta un pub irlandés (donde hacían un curry buenísimo), ¡y no veía restaurantes guatemaltecos por ningún lado! Fui a dar a "La cueva de los Urquizu", donde había comida muy rica, con ingredientes frescos que tenían, todos, pinta de locales....pero a precios más allá del alcance de la mayoría de los guatemaltecos.
Y bueno, "Todo retrato es una suerte de autorretrato," así que mi furor oaxaqueño-coleto-antigüeño me pone un poco frente al espejo...y creo que, en el fondo, mi gusto por ese sur es el alter ego del gusto que mis papás -y muchos tabasqueños de su generación- aprendieron a sentir por Mérida...
Villahermosa, igual que Macuspana y los otros municipios "criollos" tabasqueños, estaba a medio camino entre una y otra versión del sur, la de la Península de Yucatán y la que llevaba a la Capitanía general de Guatemala...Incluso hoy, en Chiapas, igual que en Tabasco, se toma pozol. En Oaxaca, a los turistas se les ofrece chocolate batido con leche, pero los oaxaqueños lo siguen tomando con agua (aunque cada vez menos). En Guatemala, como en Tabasco, se dice "sencillo" -no "cambio" ni "feria"-, se conoce el cocoyol -pero le dicen coyol, los desayunos se acompañan con plátanos fritos y se toca la marimba.
Pero la clase media tabasqueña de 1950 prefería mirarse en otro espejo...en uno donde el recuerdo de una casta divina se seguía sintiendo en una avenida como la Montejo, en platillos como el queso relleno (qué deliciosa es la comida yucateca) y en donde la gente tenía fama, bien ganada, de tener el nivel cultural más alto de todo el sureste.
Y me pregunto si yo hubiera tenido el interés -más bien, fascinación- que tengo por Oaxaca-San Cristóbal-La Antigua si no se me hubieran adelantado varios "alternativos"...para los tabasqueños de mi generación, Mérida ha perdido todo el interés -¿para qué ir ahí si sólo un poco más allá está Playa de Carmen?-, pero "todo mundo" ha ido a San Cristóbal al menos una vez. No puedo evitar pensar que esto difícilmente habría sucedido si los europeos no hubieran "descubierto" San Cristóbal, a raíz de la insurgencia zapatista. El San Cristóbal de hoy, con su amplia oferta de clases de español y de salsa, su panadería alemana, sus anuncios en italiano y sus calles llenas de turistas internacionales, debe de ser muy distinto al de antes de 1994....cuando, por alguna razón, los tabasqueños aún no lo habíamos vislumbrado en la medida en la que hoy lo hacemos.
Los gustos nunca son del todo individuales, ajenos a la realidad cotidiana, al mundo que nos rodea. La clase media tabasqueña de mediados del siglo XX estaba consciente de su asimétrica relación histórica con Mérida y la siguió perpetuando por un tiempo, después de que las carreteras hacia el poniente le quitaron lo remoto al centro de México.
En cambio, el actual interés local por conocer San Cristóbal, Oaxaca e incluso Guatemala, se nutre de un gusto nacido en el exterior. Estoy segura de que yo no habría tenido tantas ganas de conocer La Antigua si Anita, mi amiga gringa que exigía que se le hablara siempre sólo en español y soñaba con que Obama llegara a la presidencia (en pleno 2005), no me hubiera dicho una y otra vez "la gente es muy pobre, es muy duro. Pero, ay, es taaaaaaan bonito...tienes que ir."
Seguramente mi fascinación por esos lugares me causaría menos conflicto si viera que lo que gasto al visitarlos se distribuye de forma más justa. Supongo, también, que me voy a quedar para siempre con la duda de cómo se veían San Cristóbal y La Antigua antes de que tuvieran la multitud (relativa) de visitantes que hoy tienen. Pero, por muchas desventajas que tengan los dos fenómenos, forman parte de lo que estas preciosas ciudades son hoy, así que seguiré visitándolas cada vez que pueda.