jueves, 29 de enero de 2009

La guerra de los balcanes, la posmodernidad y el localismo optimista (más la cursilería)

¿Así, o más largo el título? No lo puedo evitar: soy una rollera incurable. Desde los títulos...al menos, como diría Susanita, mis títulos dicen sin tapujos lo bestia[lmente largos] que [mis rollos] son.
Llevo unos días acordándome de Humberto Morales, mi maestro de "Revolución Industrial" y de "Revolución Francesa" de la licenciatura. Aunque admiraba con delirio a Luis XIV, reconocía que no era él, sino la máquina de vapor, la que había hecho enormes contribuciones para convertir al mundo en lo que es hoy. (Uy, ahora que lo pienso, más bien estaba disculpando a su despótico favorito.)
No recuerdo que mi maestro usara la palabra "posmodernidad", pero era bastante escéptico respecto a la especie humana, así que supongo que, de hecho, era un posmoderno. Para variar, estoy hablando de temas que no domino. Pero si algo caracterizó a la modernidad fue su confianza en la evolución, la mejoría casi inevitable de la especie humana.
La posmodernidad es lo que le pasó a la modernidad una vez que la realidad le robó la inocencia. Deriva, entre otras cosas, del desencanto (por decir lo menos) de la posguerra. Ciertamente, el uso que Hitler hizo de las ideas de Hegel (que fue, entre otras cosas, un moderno por excelencia) no deja mucha cabida al optimismo respecto a la humanidad...ahí es donde la posmodernidad entra en escena. La especie humana no necesariamente se mejora a sí misma. La historia no es lineal, no vamos avanzando. Más bien es cíclica, lo que aparece en un momento puede desaparecer, para reaparecer (o no) más tarde. En las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI, los historiadores que respetan la realidad difícilmente pueden ser optimistas...
Y por cierto, mi maestro no lo era. Creo que me dio clase en 1999 y recuerdo que se refirió con insistencia a la guerra de los Balcanes. Para él, era el mejor ejemplo actual de la falacia de las unidades nacionales. Como ejemplos "modernos" (es decir, no muy nuevos) citaba a España y a Canadá, ambas con grandes comunidades deseosas de independizarse, a pesar de que no les va tan mal, como parte de un todo más grande. Don Humberto enfatizaba que ni la religión había logrado unir a esas comunidades con las otras que oficialmente eran parte de lo mismo -mucho menos el culto a los héroes que oficialmente les dieron patria a todos, ni el himno nacional común.
Pero su mejor ejemplo era la guerra en una Europa que se había prometido a sí misma no repetir la tragedia de la Segunda Guerra Mundial (¿por qué será que hay que escribir Guerra, con mayúscula?). Para él, el desastre de los Balcanes demostraba que la razón siempre acaba perdiendo la guerra contra los prejuicios. Los seres humanos no aprendemos y cosas como la raza, el idioma e incluso el acento y los modismos, las sutiles diferencias que hay entre las costumbres de un pueblo y de otro, aunque oficialmente pertenezcan al mismo país, pueden ser razones suficientes para considerar al otro un extraño y, si es preciso, deshumanizarlo, en aras de la lucha por la propia individualidad.
Nunca le pude refutar ese ejemplo a mi maestro y, por otro lado, estoy de acuerdo con él (y con muchos otros) en que se necesitaría bastante ¿valor, ignorancia, inocencia, autoengaño? para mantener el optimismo que tenían los modernos. Pero, por lo visto, sí tengo algo de eso, porque sí quiero creer que hay posibilidades alternativas. El otro día una amiga de la ciudad donde ahora vivo me dijo que escribir este blog, lejos de alejarme de mi actual ciudad, me acerca más a ella, y creo que en cierta forma tiene razón.
Me gustan las historias de Tabasco porque tienen mucho que ver con mi vida, pero disfruto igualmente las historias de cualquier otro lugar, contadas por gente que quiere y se siente de alguna, o de muchas maneras, ligada a ese lugar. He vivido en otros lugares y sé que hay muchas maneras de pertenecer y también, que uno se puede seguir sintiendo fuereño por aaaaaaaños. Creo que estas pequeñas historias son mi intento de tener el corazón puesto en más de un lugar a la vez, de seguir dándole la bienvenida a una realidad diferente de la de mi infancia, sin anularla.
Mi escéptico maestro tenía muchísima razón. Pero creo que también la tienen los que dicen que todos somos migrantes y mestizos (yo se lo oí decir a Lothar Knauth). Quizá sí se puede pertenecer a muchos lugares a la vez y reconocer a los otros sin odiarlos. Ojalá.

martes, 27 de enero de 2009

A propósito de las frideras

Por alguna razón, a pesar de que crecí en Villahermosa y de que soy hija, nieta, bisnieta (7/8) y tataranieta (¿14?/16) de tabasqueños, mis amigas más cercanas eran de otros lugares. Si acaso, tenían 50% de origen tabasqueño, o habían vivido siempre en Villa pero sus papás eran de algún otro lado. Esto me puso muy pronto en contacto con palabras y acentos distintos a los de mi familia 100% tabasqueña.
Esa temprana miniexperiencia bicultural me dejó una fijación con unas cuantas palabras. Como fridera, por ejemplo. En la cocina (más bien en la estufa) de mi infancia había sólo ollas y frideras. Tanto las cacerolas como las cazuelas y los sartenes se incorporaron tardíamente a mi vocabulario pasivo...e insisten en mantenerse ahí, con la posible excepción de los sartenes, a mi pesar.
Recuerdo que mis amigas y yo solíamos corregirnos mutuamente palabras como tomate (jitomate, aún hoy me cuesta ponerlo sin sentirme subyugada por el poder centralizado postmexica), repollo (col, ¿verdad, Ada?) y pavo (guajolote me sigue sonando tan raro como cuando estaba en la primaria). Es un misterio para mí por qué, a pesar de nuestro énfasis en la superioridad de nuestros respectivos modos de hablar regionales, Farida, Ana, Lucero, Ada y yo siempre respetamos la forma que las otras tenían de referirse a las frideras.
El otro día se me ocurrió buscar la palabra en el diccionario de la Real Academia. Estaba casi segura de que no aparecería. Mi enorme sorpresa fue encontrarla como un modismo ¡de Honduras! Eso me lleva a preguntarme si en el resto de Centroamérica, o por lo menos en Guatemala y -ya en México- en Chiapas también se usa la palabra.
Mi otro ciberhallazgo fue éste: "freidera. 1. f. Cuba. Cazuela de barro poco profunda, útil para hacer sofritos y platos especiales de la cocina cubana y 2. f. Hond. sartén (‖ recipiente de cocina." Mmmm, yo nunca antes había oído la palabra freidera, con la e, así que supongo que los tabasqueños, a diferencia de los hondureños, nunca nos anduvimos con titubeos a la hora de decirle al pan pan, al vino vino y a la fridera...fridera.
Tristemente, no encontré ninguna de las dos palabras en los diccionarios anteriores o "históricos", gloriosamente disponibles en línea, y gratis (esos de la Real Academia tienen un espíritu bastante democrático. Larga vida al rey). ¿Eso qué significa? ¿Que fr[e]idera es un americanismo? Tomando en cuenta que viene del regionalísimo verbo "freír", lo dudo...pero bueno, el que existan meseros no significa que en todos lados mesereen, a pesar de la insistencia de un locutor yucateco que oí en la radio cancunense hace como 15 años. El caso de las frideras sigue abierto.
Uno de mis objetivos hace un mes, cuando abrí este blog, era tomarme un poco más en serio mi interés por el origen de muchas de las palabras que oí en mi infancia y luego, ya nunca más. Según yo, había básicamente dos posibilidades: o se trataba de arcaismos, como descarmenar, o de regionalismos, como turuntunear (hasta que se demuestre lo contrario). Fridera me suena mucho más a arcaismo, pero entonces ¿por qué la omitieron todos los diccionarios Reales y Académicos de los siglos XVIII y XIX? Mi única y confusa pista es la primera mención a "sartén", que data de la edición de 1739 y se define como "Vafo de hierro redondo, con el fuelo plano, con alguna diminución á la parte inferiór, y un mango largo para poderla tener sin quemarfe, y firve para freír, ó toftar alguna cofa. Viene del latino sartago, nis."
Quedé más confundida. El que la palabra "sartén" no apareciera sino hasta bien entrado el XVIII sería una sugerencia de que, aunque el diccionario la omitiera, la palabra fridera habría estado en uso hasta el siglo XVIII, cuando la desplazó "sartén", pero el origen latino de esta última sugiere que, de hecho, su existencia es anterior al siglo XVIII.
Por otro lado y haciendo uso de otra megalicencia metodológica, tengo la impresión de que la población tabasqueña de hoy (o de ayer, de antes del efecto globalizador a pequeña escala que trajo Pemex) desciende, en buena medida, del mestizaje de los locales con migrantes europeos de la segunda mitad del siglo XVIII. Otra buena pregunta es si los europeos -sobre todo españoles, pero también italianos y, en menor medida, franceses y hasta ingleses y alemanes- que llegaron a Tabasco lo hicieron directamente desde Europa o bien, después de haber pasado temporadas en otras partes de México...Pero, si éste hubiera sido el fenómeno predominante, ¿por qué hay tantas diferencias, en cuanto a palabras y acento, con el centro de México e incluso con Yucatán -al que Tabasco oficialmente perteneció por laaaaargo tiempo? ¿Qué sugiere esto? ¿Una relación mucho más directa con Cuba? Qué hábil soy para complicarme la vida...incluso con unas simples frideras.

miércoles, 21 de enero de 2009

Se buscan historias que contar

Tabasqueñas, de preferencia. Ha de ser muy sabio el viejo exhorto a no mezclar negocios con placer, pero si lo siguiera, se me acabaría tanto la diversión como el de alguna manera auto compromiso que para mí representa escribir aquí. Llevaba mucho tiempo diciéndome a mí misma que algún día quería investigar y escribir sobre Tabasco, lástima que la posibilidad real de que sucediera no se vislumbraba en los próximos años. No me alcanzaba el interés para procurarla, pues. Hasta que me tomé unas vacaciones visitando a mis papás, comiendo las maravillosas versiones que mi mamá hace de la comida tabasqueña (no sólo de la tabasqueña, pero eso es lo que le pido y felizmente le encanta complacerme) y comiéndome a mi papá a preguntas acerca de su infancia y de paso, de la de sus papás y conjeturando con él acerca de la de sus abuelos....una vez más.
He pasado buena parte de mi vida adulta estudiando ciertos aspectos de la historia de México entre los siglos XVI y XIX. De México en general, o eso me han dicho. Desde el principio me sentí muy confundida, porque casi nada de lo que me enseñaban tenía sentido cuando trataba de encajar ahí la historia de Tabasco. Por supuesto que, estando en el sur, era la periferia, pero ni siquiera tenía la gracia de serlo a la manera de Oaxaca o Chiapas, cuya problemática tan, tan particular (y en muchos sentidos dramática) los ha hecho foco de atención de unos cuantos alternativos. Tabasco era más bien como Yucatán o Veracruz, pero "[mucho] menos importante" que éstos, así que el tema no sólo era ajeno a mis maestros, sino que a la mayoría -con honrosísimas excepciones- simplemente no le importaba lo más mínimo. Mejor estudia cosas importantes, era el mensaje implícito.
Y bueno, me puse a estudiar otras cosas, que también me interesan y gustan mucho. Pero sigo queriendo saber de Tabasco, explicarme las cosas que pasaron ahí...desde ahí. Sin perder de vista el contexto, claro, pero no entiendo cómo podría captar los matices que distinguen a municipios como Teapa, Jalapa, Emiliano Zapata, Macuspana y Comalcalco de Jonuta, Paraíso y Frontera si no procuro asomarme a su historia desde dentro.
Lo divertido de esto es que, al intentar por primera vez darle forma a mis preguntas, descubro lo enoooorme de mi ignorancia. Sé que quiero contar historias...pero no tengo claro qué historias. Desde la introducción de la fotografía en San Juan Bautista, que aparentemente data de 1860 o incluso antes, hasta el impacto del estudio fotográfico don César Bautista en el Macuspana de mediados del siglo XX. Las palabras y expresiones que tenemos en común no sólo con Chiapas, sino con Guatemala y hasta con Honduras (para mis océanos de desconocimiento y para mí, la noticia fue todo un descubrimiento) y las que sólo existen, o sólo se usan con cierto sentido, en Tabasco.
La primera pregunta es qué contar y, aunque no tengo clara la respuesta, mi verdadero problema es cómo hablar sobre cosas de las que lo ignoro casi todo...creo que sólo me animo a intentarlo porque para mí, escribir aquí es en primer lugar un placer.

viernes, 16 de enero de 2009

Sabiduría osuna, o como se diga

Mis primeros encuentros con la comida rápida fueron felizmente ajenos a las trasnacionales. Un señor del sur de Italia, residente en Villahermosa, abrió a principios de los 80s di Bari, que aún es mi pizzería favorita allá. La masa era delgada y probablemente esas pizzas fueran lo único que se podía pedir a domicilio en Villa, cuando yo era niña. Yo no lo sabía, pero por esa feliz circunstancia, el furor global por la pizza me llegó en una versión sana y rica, pues Pizza Hut y Domino's tardaron todavía varios años en hacer su entrada triunfal.
Algo parecido me pasó con las hamburguesas: a mis amigas y a mí nos dio por reunirnos a patinar los sábados en la tarde y después, muertas de hambre, pedir hamburguesas de Circus. Hace tiempo que desaparecieron, y no sé si hoy me gustarían, pero recuerdo su aderezo de mayonesa y chipotle y, en todo caso, siempre las preferí a cualquier otra hamburguesa, cuando Villa se llenó de opciones, tanto locales como trasnacionales.
A principios de los 90s, cuando estaba en la secundaria, alcancé a darme cuenta de que algo estaba pasando que transformaba rápidamente mi ciudad. Era el furor anterior al 94, que allá fue indisociable a la pasajera bonanza producida por Pemex, que desde 1975 se sentía en Villahermosa, y en ningún otro lugar del estado.
De pronto en todos los grupos de la escuela había algún extranjero (qué palabra tan fea, pero no conozco sinónimos), cuya familia casi siempre había llegado, de alguna manera, ligada a Pemex. También, de pronto la ciudad se llenó de nuevos fraccionamientos....y de los primeros Pizza Hut, Mc Donald's, Kentucky y Domino's, por orden de aparición, si mi memoria no falla.
Creo que todos los anteriores llegaron en un lapso de unos dos años, más o menos cuando yo tenía entre 13 y 15, así que por supuesto los conocí todos al poco tiempo de su llegada. Y sí, los visité varias veces, más por seguir al grupo que porque me encantaran. Con la excepción, ups, de la pizza extravaganzza de Domino's, que sí me gustaba. De todos modos, cuando salió la versión de masa delgada, rogaba que pidiéramos esa, y no podía entender el gusto de mis amigos por el pan pizza, al que no le veía ningún chiste.
Cuando tenía 15 años, un viaje de un mes y la necesidad de seguir al grupo me tuvieron a dieta de hamburguesas de Mc Donald's y, cuando no nos iba tan mal, de Burger King. Creo que valió la pena, porque regresé valorando el puchero de mi mamá, al que antes había desdeñado como la "comida oficial de los lunes." El resto de la prepa seguí yendo a Mc Donald's, pero en calidad de testigo, o casi: lo único que comía ahí eran sundaes de chocolate, o si acaso, papas fritas. (Pregunta: alguien ha visto papas reales de 25 cm de largo? Porque el tamaño de las de Mc Donald's me parece muy sospechoso).
Todo eso viene a cuento porque, aún antes de enterarme de lo que está detrás del negocio de la comida rápida y las horribles (e irónicas) paradojas de un mundo donde sigue habiendo muchísimas carencias, a las que se suman los excesos de un primer mundo obsesionado tanto con las porciones gigantes como con lo light, una vez que se me pasó el gusto adolescente por la novedad de la comida rápida, fui incapaz de entender en dónde radicaba su éxito....y sigo sin entenderlo.
Al parecer, un oso canadiense comparte mi opinión. Desde que el portal de El Universal dio una amplísima cobertura al desastre en Tabasco de noviembre del 2007, soy su lectora adicta. Y hace poco, publicaron una nota sobre un Subway de Canadá. La chavita encargada apenas estaba abriéndolo cuando entró un oso. Ella se encerró en el baño y la cámara grabó al oso hambriento, hurgando en los recipientes de comida....y saliendo con las patas vacías! Después de haber tenido entre sus garritas el "jamón", "queso", "tocino", etc.
Seguramente estoy sonando apocalíptica y globalifóbica, pero lamento mucho que estemos tan dispuestos a dejarnos envenenar, ¡y a dejar que envenenen a los niños! con una basura que, según un oso muerto de hambre, no es digna de ser comida.

viernes, 9 de enero de 2009

Los tíos Memo y Naty, las raíces y las mega licencias metodológicas

Creo que aquí ya empezó a notarse mi interés ¿rayano en la fijación? en los orígenes y las identidades. Tres de mis cuatro costados están en Macuspana y siempre he tenido una relación compleja con ella. Es tooooodo un tema, para otro post. En este, más bien quiero hablar de mi reciente plática con el tío Memo y de las enormes diferencias que hay entre las investigaciones académicas y las blogueras.
Llevaba como un año planeando entrevistar al tío Memo, cuya lucidez para contar historias me impresionó en el desayuno que siguió a la celebración de sus bodas de oro con la tía Naty. El tío Memo nació en Durango e hizo varias escalas (tanto urbanas como rurales) antes de llegar a Macuspana, en 1954, así que me parecía un excelente candidato para asomarme a la mirada externa sobre una Macuspana aldeana (JL dixit) a la que Pemex acababa de meter al "mundo moderno".
Yo sabía que el tío Memo me daría una versión diferente a la de los locales, que ya conozco. Si algo me llama la atención de la versión local de esa historia es la omnipresencia de "los ingenieros de Pemex" sin los que, ciertamente, no se podría explicar mucho de lo que pasó en el pueblo entre 1950 y 1975.
Mi idea era conocer la opinión de mi tío sobre muchos temas. ¿Qué tan Garridista seguía siendo el pueblo cuando él llegó? La gente oía el radio obsesivamente y tanto el Excélsior como el Siempre! tenían varios lectores, pero aún no había carreteras, así que hasta los viajes a Villahermosa -que hoy está a 46 km de distancia- duraban horas (no sé por qué, de pronto me acordé de la Ciudad de México) y dependían de las condiciones del tiempo. Además, había unos muy necesarios agentes viajeros, sobre todo exiliados españoles, que no sólo llevaban noticias de la eterna rival, Jalapa, sino también de Villahermosa y, cuando la plática se ponía buena, de unas preciosas y desconocidas playas en Quintana Roo.
¿Cómo conciliar esa realidad con la de la cercana Ciudad Pemex donde creció mi mamá? Yo esperaba que el tío recordara enormes diferencias entre Macuspana y Pemex. En mi ignorancia, llevaba años imaginando a Pemex como una pequeña inserción local de primer mundo, que ofrecía un contraste brutal con Macuspana. A fin de cuentas, Pemex nació con boliche, alberca y no uno, sino dos cines. Las calles estaban pavimentadas desde el principio, había petróleo a morir y, sin embargo, las grandes ambiciones del proyecto original nunca se cumplieron. ¿Por qué crees que pasó eso, tío?
La opinión de él me sorprendió. "Pemex era como un campamento....un campamento más cómodo que la propia Macuspana, pero un campamento, a fin de cuentas. La gente no tenía raíces...ni siquiera los [muchos] que se casaron con tabasqueñas estaban muy interesados en quedarse. Yo creo que faltaron arraigo y cohesión social. El proyecto perdió sentido."
Mi tío fue muy amable en contestar tantas preguntas por horas. Mi tía, en preparar esas carnes asadas con su salsa buenísima y en consentirnos con la torta de elote tierno con queso crema -nunca se me habría ocurrido que podía quedar tan, tan buena rellena de queso crema y todavía tibia.
El tema de Macuspana me interesa en serio. Pero una investigación "seria" requiere un rigor, extensa documentación, búsqueda sistemática de fuentes primarias, etc. que ahora no estoy en condiciones de cumplir...y no sé si algún día lo estaré. Así que aquí está el relato electrónico, lleno de licencias metodológicas, datos anecdóticos y un agradecimiento especial a los tíos Memo y Naty por contarme nuestra historia en común, que me interesó mucho más que las meras respuestas que les pedí.

martes, 6 de enero de 2009

Juegos de pelota....zapatera a tus zapatos

Lo mío no son, nunca han sido y sospecho que nunca serán los juegos de pelota. Ni jugarlos, ni verlos y ni siquiera estudiarlos: a pesar del entusiasmo de mi maestra por el juego ritual de pelota en Mesoamérica, no logro recordar casi nada de lo que nos dijo sobre el muy interesante tema (sólo registré que de verdad es muy significativo en su contexto, en términos cosmogónicos).
Pero gracias a las dotes narrativas de don José Luis, acabo de descubrir que sí puedo hablar, o más bien oir hablar de algunos de estos juegos por un largo rato ¡y disfrutarlo! Y es que, para mí, todo cambia en cuanto me empiezan a contar una buena historia. Una, por ejemplo, acerca del pasajero arraigo del beisbol en Tabasco. La generación de mi papá se apropió este deporte con verdadero delirio (¿cómo explicar, si no, que más de un tabasqueño haya pasado años soñando con ir a Nueva York, pero no de shopping, ni a ver la ciudad desde el aire, ni a cenar, ni a los teatros, ni a los museos....sino a ver un partido en el extinto Yankee Stadium?)
Tengo la impresión de que el gusto por el beisbol acompañará a la generación que creció en el Tabasco de los 40s, 50s y 60s por el resto de su vida. Pero ahí acabará. En mi generación, ese mismo delirio ya había cedido su lugar al nacional (y globalizado) futbol. Tanto mi fuente como yo suponemos que en Yucatán, Veracruz y Sinaloa sucedió algo parecido, pero no nos consta, así que esta historia remite sólo a Tabasco.
Como desde niña tanto el beisbol como el futbol me dejaban indiferente, tardé mucho en darme cuenta de que, mientras mis amigos jugaban fut, hablaban del América y del Cruz Azul (no recuerdo haber oído hablar de los Pumas en esa época) y contaban los meses que faltaban para el próximo mundial, mi papá seguía sin falta todas las temporadas de beisbol de Estados Unidos, memorizaba nombres de jugadores y equipos, sobre todo de los ganadores y finalistas (a los que aún puede referirse por año, sin errores), era especialista en el Salón de la Fama y, lo que más me sorprendía de todo: ¡era capaz de ver un partido completo! Tortura a la que nunca he aceptado unírmele. Para más señas...ni siquiera le entiendo al juego, a pesar de que ha tratado de explicármelo varias veces con tanta paciencia como emoción.
Para mi sorpresa, el tema de pronto me resulta de lo más interesante al pensar en las razones por las que un deporte sustituyó tan pronto al otro, en el ámbito local. Ya mutuamente contagiados de entusiasmo, mi papá y yo empezamos a especular (me encanta la raíz de esa palabra...etimológicamente quiere decir jugar con espejos, con reflejos de la realidad, más que con ella misma) y él supone que la construcción del Estadio Azteca marcó un parteaguas en la industria del deporte mexicano. México 70 no fue, por cierto, una inocente casualidad, como tampoco lo fue, cien años antes,
la oficialización del traje charro y la música de mariachi como "identificadores nacionales."
Lo que hoy sienten en cada partido los aficionados que viven la intensidad del futbol es completamente real. Pero no se podría explicar si no hubiera habido atrás una industria, en parte televisiva, que se encargó de construir, o al menos de hacer posible, esa realidad. Así como, papá reconoce, en Tabasco la anterior pasión beisbolera fue hija de la industria de la radio y de esa relación Cuba-Yucatán-Tabasco que tanto me interesa.
Si Fer lee algún día esto, puede objetar que su pasión por los Pumas se gestó en el Oaxaca de 1980 sin que el Estado ni los empresarios deportivos intervinieran. Yo misma recuerdo una loca experiencia en el Mundial de 1994, cuando vi junto con una amiga mexicana y otra argentina, pero italiana de corazón, el partido de México contra Italia. La alegría de Farida y mía cuando México metió el primer gol fue tan real como la de Gaby cuando sus adorados italianos contraatacaron....estoy segura de que el futbol es el único deporte con el que podríamos habernos emocionado (gozado y sufrido) tanto, estando las tres solas.
Lo mío no son, nunca han sido y sospecho que nunca serán los juegos de pelota. Es probable que mi papá nunca logre hacerme entender el beisbol, ni seguir con él un partido completo. Pero sí ha logrado transmitirme su entusiasmo al punto de hacerme asociar el beisbol a algunos de mis propios temas favoritos, así que este es mi homenaje a su pasión beisbolera.

viernes, 2 de enero de 2009

Chocolates

Quizá sería mejor que hubiera dos palabras distintas para referirse a la bebida y a la golosina. Pero, en aras de verdadera precisión, habría que añadir otra palabra para distinguir al que se toma, o tomaba, en Tabasco, de la bebida globalizada que poco tiene que ver con las tazas de chocolate de mi no tan lejana infancia.
Creo que en la casa de mis papás rara vez se usaba el molinillo, aunque en casa de mi abuelita sí. Pero no es eso lo que extraño, sino el sabor del chocolate de Comalcalco con canela y almendras que, por supuesto, se batía con pura agua. Mi mamá a veces añadía la mitad de leche, pero para mi gusto, cuando el chocolate era de buena calidad, la leche sólo le quitaba vigor. Siempre me ha encantado el chocolate bien oscuro y bien espeso, a condición de que el espesor lo proporcione el propio cacao. La leche espumada sólo me gusta en el capuchino.
He visitado varias veces haciendas cacaoteras de Comalcalco. Los dueños son amabilísimos y me encanta ver su pedazo de selva domesticada, pero lamento que hayan tenido que adaptarse a las exigencias del mercado. Según me han contado ellos mismos, las marcas internacionales de golosinas usan el cacao tabasqueño en pequeñas cantidades, para mejorar el sabor del mucho más barato cacao africano en el que se basan casi todas las golosinas de las trasnacionales.
No tengo nada contra los chocolates como golosina. Tampoco, necesariamente, contra la globalización, pero considero que la industria alimentaria globalizada es, en términos generales, perversa. (Sí, la palabra es fuerte. No, no creo que esté exagerando, así que no me retracto. Quizá algún día escriba acerca de por qué pienso eso).
Más aún: sí me gustan las golosinas de chocolate y hay muchas no hechas en Tabasco que me parecen muy buenas. De hecho, prefiero el chocolate tabasqueño para beber. Y prefiero beberlo de la manera con la que crecí, pues el producto es distinto al que se hace para prepararse con leche. Este último siempre es demasiado dulce, así que requiere mucha menos cantidad de chocolate. Algunas versiones del chocolate hecho para prepararse con leche me parecen muy ricas y ciertamente no me interesa imponer mi versión preferida de chocolate a la taza al resto del mundo.
Sólo lamento, y mucho, que en el propio Tabasco sea cada vez más difícil encontrar barras de chocolate de Comalcalco, con canela y almendra molida. Por supuesto que es más caro que el chocolate comercial. Me temo, además, que sus cualidades se diluyen, literalmente, al mezclarlo con leche, así que difícilmente tendría mercado fuera de Tabasco.
Los tabasqueños estamos, en mi opinión, especialmente ávidos de darle la bienvenida a lo que viene de fuera. No sé si esta actitud sea producto de largos siglos de aislamiento, en los que las novedades llegaban a cuentagotas y nos sentíamos permanentemente desactualizados. Me parece bien que sigamos abiertos al exterior, pero no veo la razón para despreciar las cosas bien hechas en la tierra.