sábado, 28 de marzo de 2009

Mejor escríbelo tú

Hace poco, Miguel me hizo notar que aquí insisto en hablar de mí a través de otros, excepto cuando se trata de comida. Creo que tiene razón. Por otro lado, a tres meses de haber empezado este blog, yo misma estoy sorprendida de las muchas menciones que he hecho a mi papá. Creo que si sólo me conociera a partir de este blog, pensaría que tengo una fijación con él -cosa que, por cierto, mi papá jamás aceptaría. Más de una vez le he dicho, bromeando a medias, "ay, soy igualita a tí." Él frunce ligeramente el ceño, se pone serio y dice, con un tono de voz que intenta en vano parecer neutral: "no tengo esa impresión."
El comentario de mi amigo me dejó pensando bastante, pues lo cierto es que nunca he tenido la intención de que este blog sea autobiográfico. Hoy mantengo la idea que tenía cuando empecé a escribir aquí: darle forma, cauce, a las historias familiares y tumbapatas que he compartido (fundamentalmente) con mi papá a lo largo de mi vida adulta.
De niña no me interesaba la historia. A mi papá sí, y mucho. Él admiraba (todavía admira) enormemente a los griegos y a los romanos, pero siempre me negué a prestar atención a lo que decía sobre sus logros. Por supuesto, cuando intentaba contarme las historias del pueblo era aún peor pues yo exhibía, a priori, el aburrimiento más extremo. No conocía a la gente de la que me hablaba y, en todo caso, me parecía que lo que decía no me podía servir de nada, así que mostraba una indiferencia que lograba quitarle las ganas de insistir en el punto.
Pero eso empezó a cambiar cuando dejé de vivir con él y con mi mamá, para irme a estudiar -qué ironía- ciertos temas históricos. De pronto, las anécdotas a las que siempre había hecho oídos sordos empezaron a parecerme divertidas y comencé a interesarme en las pláticas navideñas entre mi papá y mi tío -donde se contaban las mismas historias una y otra vez. Me di cuenta de que mi papá era un gran narrador, de que tenía muy buena memoria y de que sus dotes naturales tenían abundante material para ejercitarse, pues en el pueblo sí habían pasado cosas medio locas, que contadas y "maquilladas" por él, con frecuencia se convertían en historias muy chistosas...y a veces, cuando terminábamos de reirnos, en material de una reflexión nada divertida, pero sí valiosa.
De pronto empecé a interesarme mucho más en todo eso y, con el tiempo, a desear que mi papá le diera otra forma, más duradera, a sus historias. Se lo dije varias veces y creo que logré entusiasmarlo un poco con la idea. Pensamos en quiénes podrían ser sus cómplices, en la metodología y horarios de trabajo, en la forma que el material podría tener...pero luego me di cuenta de que lo que a él siempre le ha gustado (y para lo que sin duda tiene mucho talento) es contar, verbalmente, historias. Exagerar en la medida adecuada para seguir siendo verosímil (pero sin dejar de subrayar lo absurdo, para aumentar el chiste) e "inmovilizar a la víctima" para obligarla a oír, por enésima vez, la última parte del relato (hace un par de años, mi primo de 16 años se negó a ir a la fiesta de Navidad, argumentando, con mucha razón, que siempre contaban lo mismo y se reían a carcajadas como si la historia fuera nueva).
Escribir es, por cierto, muy distinto a hablar. En materia de historias pueblerinas, mi papá no tiene ningún problema con las exageraraciones verbales, pero por escrito es otra cosa: el otro día me reprochó, por ejemplo, haber exagerado aquí sus conocimientos beisbolísticos...aunque intenté explicárselo, creo que no entendió que habría sido muy raro escribir que era un hombre tibiamente interesado en el beisbol, con conocimientos mediocres sobre el tema que, sin embargo, alcanzaban para inspirar un post.
Quizá Miguel tiene razón en que debería asumir más la parte que me corresponde exclusivamente a mí en estas historias. Pero me parece que las constantes referencias que hago aquí a mi papá se deben a que él ha sido no sólo mi fuente, sino también mi interlocutor ausente (creo que se ha metido, si acaso, dos veces a este blog). "No tengo la impresión", como diría él, de que mi gusto por la historia sea una calca del suyo. Tengo para mí que papá se sigue reservando un par de historias tumbapatas jugosas y estoy dispuesta a esperar y a hacer méritos hasta que se decida a contármelas...y entonces asumir mi tarea felizmente autoimpuesta, darles unas cuantas vueltas y escribirlas, ya por mi cuenta.
Él nunca me dijo, con esas palabras, "mejor escríbelo tú", cuando le insistí en que pusiera por escrito sus historias macuspanenses. Pero me doy cuenta de que le encanta ser la fuente citada, aunque yo no tenga más lectores que él interlocutores. Creo que ambos estamos conformes con el trato. Yo de verdad quería que fuera él quien escribiera sobre Macuspana y de verdad me había convencido de que no estaba en condiciones de hacer, por mí misma, algo con la historia del pueblo. Vivan la ociosidad, los padres renuentes y la blogósfera.

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